domingo, 23 de octubre de 2011

Clapton

Cuando vino Clapton en 2001 no fui a verlo. Era la época en la que me sentía mal y ningún médico acertaba el diagnóstico. Me bajaba la presión, o el azúcar, o lo que fuera, y entonces era un bardo salir de casa, porque incluso si me atiborraba de comida, ese combustible duraba muy poco en mi cuerpo.
Aparte, no tenía con quién ir. Y aunque no hubiera sido así, me fastidia mucho sentirme mal cuando estoy con alguien porque la persona no puede saber exactamente cómo estoy, ni cómo voy a estar en un rato, y capaz que se preocupa más de la cuenta. Mucho peor si vamos a un lugar y termino arruinándole la noche (y la posibilidad cierta de que puede arruinarse ya es una forma de arruinarla).
La primera vez que vino, cuando se llevó una novia argentina, tampoco fui. Pensaba que había sido en el 91, en la primera mitad del 91, cuando mis ataques de pánico me limitaban enormemente; pero acabo de ver que fue en el 90. Así que no sé por qué no fui. No recuerdo si no tenía guita, si sólo se debió a que no tenía con quién ir o qué carajo pasó. La cosa es que no fui.
Ahora tampoco pude ir. Otra vez estoy en el medio de un largo tiempo en que el cuerpo no me responde y la vida se me reduce hasta no parecerse a lo que creo que debería ser. Igual, podría haberlo intentado. Si algunas cosas hubieran sido distintas, quizá lo intentaba.
Con un poco más de publicidad, lo habría tenido presente y habría tratado de acomodarme mejor. Pero hubo poca publicidad: menos que para Roger Waters, menos que para Justin Beavis o como se llame, menos incluso que para Rod Stewart. Yo vi un solo aviso en el diario, nada más, hace como cuatro meses. Y para mí “dentro de cuatro meses” es un tiempo tan lejano que me impide hacer planes. Un tiempo tan lejano que, mientras pasaba, me olvidé.
Si hubiera tenido con quién ir, si alguien me lo hubiera recordado, capaz que iba. Al menos, habría estado más cerca de ir. Y si ese viernes me hubiera levantado bien, habría reaccionado distinto cuando al mediodía abrí el diario y vi que hoy, que esta noche, que en un rato toca Clapton. Pero no había descansado, y esa tarde no dio intentar nada, salvo hundirme en el sillón del living y cerrar los ojos un rato sin llegar a dormirme ni, por supuesto, a recuperarme.
Y ahora mismo bajo a la realidad acordándome de que no sé cuánto costaba una entrada para una ubicación decente, ni cómo se compran las entradas por teléfono, ni cuánto tardo en llegar a River, ni…
Cuando me entero de que sólo tocó dieciséis temas y de que el sonido no fue bueno, la desazón se me diluye un poco. Hasta que encuentro esto, y vuelve en forma de frustración. Cuando veo en estas tres cosas todas las que se me pasan sin que me sienta bien, sin que el contexto ayude, sin que sepa, pueda o logre estar ahí, la sensación es la de un blues eterno.

No hay comentarios: