lunes, 31 de octubre de 2011

Perros, dueños de perros…

Quiero fundar una ciudad. Si alguien creía que no tengo intereses, planes, sueños, acá tiene. Quiero fundar una ciudad. Dogless City. Una ciudad libre de ladridos, libre de teresos en las veredas, libre de mordidas, de perros que te husmeen, de gente que diga “no hace nada”… ¡A vos no te hace nada! No importa si es agresivo o no, si tengo un olor que le dispara el ataque –cosa que ni vos ni yo podemos saber–, si literalmente me va a matar o no… Como mínimo, me está haciendo estar pendiente de él porque me ladra, me sigue, me mira, me impide caminar normalmente.
Quiero fundar una ciudad sin perros. Y sin pelotudos que necesiten tener perros. No sé qué puta carencia tratan de paliar algunos teniendo un perro, no sé para qué lo tienen si el bicho ladra dos horas y media sin parar, de ocho a diez y media de la noche, sin que al dueño le importe. No le importa cuando el animal ladra y no le importa después, cuando vuelve a su casa y encuentra el papel que dejé bajo la puerta de la casa para ponerlo al tanto de la situación. No le importa que el perro moleste ni le importa lo que lleva al perro a ladrar, cosa que, con intermitencias, seguirá haciendo hasta la una y poco de la mañana. Todos los días de esta semana.
La verdad, no sé para qué tiene un perro el infeliz ese. Otros tienen razones más evidentes y “adoptan” todos los perros que pueden porque padecen el síndrome Nicole Neumann: son salvadores del mundo (de la parte canina del mundo) en la medida de sus posibilidades. Así, tienen tres, cuatro, cinco perros… Y, por ejemplo, como vi la otra noche, los sacan a pasear a todos juntos. En la plaza, sin correa ni bozal, cinco ropes cagan y mean, y sociabilizan con sus pares, y luego siguen a su dueña en una imagen casi bíblica. Veo eso y me alivia que no sea mi vecina.
Ya bastante tengo con los viejos de enfrente, que tienen cuatro perros a los que sacan a la vereda, de forma que uno debe esquivarlos, a ellos y a sus deposiciones, y a la fila india que a veces forman esos cuatro pequeños perros sucios y agresivos siguiéndote y ladrándote. Esquivarlos o aceptar ser expulsado de la vereda, claudicar por seguridad o comodidad, y darles el placer de confirmar que no sólo son los dueños de los perros y tienen poder sobre ellos, sino que también son los dueños de la vereda y tienen poder sobre ella y sobre el peatón.
La semana pasada tuve que estar media hora en un monoambiente donde vive una persona con tres pequeños perros y dos gatos (¡y dos televisores!). La verdad, me resulta muy intrincado entender el placer que encuentran limpiando la caca de un perro (¡de tres perros!) y relacionándose con seres dependientes, aunque, como el vecino de al lado, atiendan esa dependencia sólo de a ratos, cuando se acuerdan, cuando no interfiere en el resto de su vida.
Cosas como estas me recuerdan casi a diario que si no fundo mi ciudad, me pueden tocar vecinos así. Que si me voy de acá, no sé cuándo, no sé a dónde, en busca del silencio que necesito, es bien probable que me tope con algo de esto. Y pensarlo me desalienta hasta la inacción.
También están quienes creen que los perros son mejores que las personas, y los que creen que son más desvalidos porque “no pueden pedir ayuda”. Y están los que usan a los perros como su brazo armado. Por ejemplo, el infeliz –¡los infelices!– que ponen el cartelito “cuidado con el perro” en la puerta. (A ver, idiota. Si VOS tenés un perro asesino-en-potencia, el que debe tener cuidado con el perro sos VOS). O los bravucones que sacan a su dóberman o a su rottweiler sin correa ni bozal.
El dóberman galopa por la vereda en la oscuridad de la noche y, lleno de confianza, hasta se aventura a bajar a la calzada, con lo cual esta deja de ser un sitio donde un peatón pueda estar a resguardo de una cercanía excesiva por parte del animal. Tenés que cruzar la calle para evitarlo. O esperar. O dar una vuelta a la manzana. La otra noche, en una situación así, le dije a la pelotuda de la otra cuadra: “¿Y si le ponés una correa?”. No me contestó. Ni me miró. Pero seguro que lo disfrutó, que disfrutó su poder y el peligro que infunde.
Otros, en cambio, caminan cerca del perro suelto, marcando un territorio móvil en el cual se sienten invulnerables. Su fiel perro los defenderá de cualquier peligro, piensan, y actúan en consecuencia. El tipo de acá nomás, hace un rato, es el ejemplo epitómico. Camina escribiendo a dos pulgares en su teléfono, mientras el mundo no existe alrededor, neutralizado por su aguerrido adlátere de cuatro patas, que camina pesadamente unos pasos más adelante, moviendo esos 30 ó 40 kilos de violencia potencial.
Esa gente me genera una furia muy grande. Me encantaría mostrarles que no es así, que su querido perro no es todopoderoso y que ellos no son invulnerables. Pero no sé cómo. En cambio, a las desagradabilísimas personas que ocupan todo el ancho de la vereda con la correa totalmente extendida de su perro (o de sus perros) suelo decirles “¡permisooooooo!”. Es lo único que tengo. Y suele no servir, ¡suelen no moverse!
Hay un tipo que lleva aún más allá el mix de invulnerabilidad y desprecio por el entorno. Vive a la vuelta de Psico, en la calle Loria, frente a donde paran las putas. Loria 278 es la dirección exacta. Pueden darse una vuelta y entonces verán un papelito pegado en la puerta, donde dice:
Advertencia responsabilidad civil.
En cumplimiento y salvaguarda de sus derechos legales, el propietario advierte: no toque la puerta y/o la reja. No permita a sus hijos que lo hagan. Los perros son de guardia. Muerden en forma indiscriminada sin control. Sus mordeduras pueden provocar graves daños con riesgo de vida.
Queda usted advertido.
El propietario.

¿El idiota este realmente creerá que con eso se libra de cualquier eventualidad judicial, o sólo lo hace para asustar, él también, al igual que su ovejero frenético? Un disclaimer así tiene menos validez que un pedo en el aire al lado del Riachuelo. Cualquier disclaimer lo tendría, y más aún uno con esos argumentos absurdos y falaces. Si no podés controlar al perro (cosa que no es cierta, porque a vos te discrimina y no te muerde), no deberías tenerlo. Eso deberías hacer, en vez de pegar papelitos leguleyos. En especial si hay un jardín de infantes a veinte metros y dos colegios en la manzana contigua.
Si yo viviera en Dogless City, no me indignaría con soberbios y desaprensivos como el de la calle Loria o con el que sube al ascensor con el dóberman sin correa ni bozal. No contaría los ladridos del perro de al lado (76 en un minuto, por ejemplo; con picos de 46 en medio minuto). Me iría a dormir sin temor a despertarme con los ladridos cercanos de ese perro de mierda o con los ladridos lejanos de no sé cuál otro. No gastaría energía pensando en cómo hacer para terminar con esta situación o en si el dueño es tan agresivo como su perro y se pudre todo la próxima vez que le toque el timbre, porque seguro que el perro me va a atacar a mí, y no a SU dueño, que es quien lo abandona por varias horas y se caga en su sufrimiento (porque así de abyectos son los perros, que defienden al que los maltrata si es SU dueño, y le mueven la cola agradeciéndole cada migaja que les da).
Pero aun así, me quedarían los dueños de perros canalizando en otra cosa su necesidad de ayudar a ciertos desamparados, su violencia o su desconsideración. En realidad, lo pienso ahora, Dogless City sería un paso previo a Noiseless City. En esa, seguro que no entran. Esa estaría mejor… Pero no voy a escribir el post de nuevo.


P. D. del domingo a la mañana.
En una calle casi intransitada, dos albañiles-pintores-algoasí esperan que les abran en la puerta de un edificio. De pronto, oigo ese sonido siniestro de las patas de un perro hollando la vereda y, antes de que pueda reaccionar, una andanada de ladridos acercándose. Me sobresalto, doy dos o tres pasos rápidos hacia adelante y giro. El perro que me ataca es un enano que no mide más de veinte centímetros de alto, pero tiene la moral de un gran danés. Lo enfrento, amago con correrlo yo a él, y se queda quieto. Ahí. A tres o cuatro metros.
Atrás viene una señora joven y muy gorda. La mina pasa a su lado y sigue su camino. El perro la ignora. Ahora pasa la chica que venía cruzando la calle en sentido opuesto: también pasa junto al perro, por el otro lado, entre él y el cordón. Y el perro la ignora.
Y yo, cuando me doy vuelta nuevamente y retomo mi (sin) rumbo, me preguntó ¡por qué! Primero, me pregunto de dónde salió. Y después me pregunto ¡¿por qué mierda el perro se la agarró conmigo!? ¿Por qué conmigo y no con las minas?
En cambio, sé que fue por mi determinación de no bajar a la calzada que ayer, martes, me ladró un perro grande y negro, estirando la correa hasta que su dueña tuvo que hacer notoria fuerza para contenerlo. Su agresividad contagió al otro perro de la mina, uno más pequeño, digamos mediano, que no sólo ladró, sino que se abalanzó sobre mí, obligándola a hacer mucha fuerza también con la otra mano. Una fuerza insuficiente para contener con firmeza a esas dos bestias, que no cejaron en su acercamiento agresivo, hasta que me clavé una rama en la parte de atrás de la rodilla, señal de que no había más espacio para retroceder sobre ese seto vivo. La dueña finalmente dominó la situación, y apenas escupió un “perdón” casi sonriente cuando ya estaba a varios metros.
A ellos les dedico este post. Y al que la otra noche se me trepó por la pierna en la cortada, estirando también él la correa, y a todos los que me van a ladrar ahora, cuando salga a la calle.

(La verdad, me resulta más seguro hacer valer mis derechos de peatón ante los autos, cruzando por la senda para obligarlos a frenar, que ante los perros. Espero poder mantener mi determinación y mi integridad física).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ojalá crearas Dogless city. Estoy buscando una ciudad así para irme a vivir.

Anónimo dijo...

Disculpa mi pregunta, pero vives entre salvajes?... Los perros cuando salen a la calle, siempre orinan, y eso es inevitable... se supone que tenemos el deber de recoger las heces y tú de hecho lo haces, pero no puedes recoger el líquido, a menos que lo entrenes para que haga en algun recipiente que lleves contigo, ni estás haciendo algo malo por sacar a tus animaitos a pasear. Quizás deberías evitar ir por las veredas.
Espero que salgas pronto de ese sitio donde tú pareces ser la única cilvilizada.
En tal caso lo que deberían hacer es reclamar a los vecinos que dejan salir a sus perros a la calle sin correa y sin supervisión, pero honestamente, eso no es culpa de los animalitos, sin embargo, veo que esas personas no parecen entenderlo...Creo que habría que buscar un lugar para la gente que quiera vivir sin nimales, aunque claro siempre el animal lo tendran en la cabeza. Dios... que salvajismo...!!!