sábado, 7 de julio de 2012

Warnes

Tenía que ir a un lugar al que ya había ido una vez, así que miré la Filcar casi por compromiso, para ratificar lo que ya sabía. Me tomé el mismo colectivo de la otra vez, me bajé en el mismo lugar, comencé a caminar las ocho o nueve cuadras por la misma calle, pasé por la misma plaza…
Después de cruzar la avenida, el entorno no me resultó tan familiar, pero lo atribuí al hecho de que ya se había hecho de noche, y la vez anterior fui al mediodía. Llegué al paso bajo nivel, busqué con la vista por dónde cruzar, y no encontré el lugar. Busqué en mi memoria por dónde había cruzado las vías dos años y medio atrás, y no obtuve una respuesta atendible. Busqué empíricamente, adentrándome por una callecita curva que se hacía paralela a las vías, y tampoco…
Una chica volvía de haber caminado unos metros más por esa calle, y me preguntó por dónde se entraba. Pensó que yo iba a un lugar que hay ahí, donde seguramente había un espectáculo, y no la desmentí. Le dije: “Creo que por ahí”, señalándole una gran puerta de entrada. Cuando volvía sobre mis pasos vi a dos cuidacoches con chaleco que hablaban junto a una valla. Y decidí preguntarles.
“Hola, disculpá, te hago una pregunta: ¿sabés cómo hago para llegar a Warnes?”. “¿A Warnes? Buena pregunta…”, me dijo, interrumpiendo su conversación mientras el partido seguía sonando en su radio portátil. “Te tenés que tomar el 111”, comenzó su respuesta tras un silencio pensativo. No sé cómo siguió. Creo que no me dijo dónde pasaba, que sólo lo indicó con un gesto que quería decir “para allá”. No me salió explicarle que quería ir a Warnes, acá, a dos cuadras, del otro lado de la vía.
No quise desengañarlo acerca de la inutilidad de su explicación y de su buena onda. Así que le agradecí, caminé por la calle que me había indicado con su gesto y a las dos cuadras, cuando supuse que ya estaba fuera del alcance de su vista (porque cuando me preguntan algo así, yo miro para saber si siguen el camino que les indiqué), doblé y traté de volver a la calle por la que había llegado. No lo conseguí. La oscuridad, las calles que terminan en paredones y la ausencia de cualquier negocio donde preguntar hicieron que debiera caminar seis o siete cuadras desoladas no sólo sin saber dónde estaba, sino sin saber cómo mierda salir de ese lugar.
Finalmente, divisé una calle iluminada, que resultó ser una avenida, y en ella encontré una parada del 113. Seguía sin saber dónde estaba, pero al menos sabía cómo salir y que a Flores o a Belgrano iba a llegar.
No sé por dónde crucé las vías la otra vez que fui. Tengo una imagen, bastante difusa (pero es la única que tengo), de ver el paso bajo nivel ya habiendo cruzado –eso seguro– y desde un costado, como llegando a su desembocadura en diagonal. Apenas eso. Capaz que remodelaron el lugar y sacaron el cruce peatonal, capaz que después de aquella avenida yo me desvié porque había visto en la Filcar algo que no vi esta vez. No sé.
Lo que sé es que me resultó conocida esa sensación de saber muy rápidamente que la respuesta a mi pregunta no iba a llevarme a un lugar mejor. Como cuando voy a un médico y me despacha en ocho minutos. Cuando incluso nota que estoy temblando, que me tiemblan las manos, y hace referencia a eso, de modo que puedo decirle lo que ya casi ni les digo a los médicos: “A veces me pasa, que como y es como si no comiera, y me siento débil, con la cabeza nublada, cerca del desmayo a veces”. Y no hace ni un comentario sobre eso que dije, como si no fuese relevante o no lo hubiese oído.
O como cuando llamo a un gato y antes de ponernos en bolas sé que no va a haber una comunicación como la que pretendo. O como cuando hablo con alguien y de inmediato se evidencia que estamos en mundos fuera de contacto. O como cuando llamo a alguien por teléfono y a las primeras palabras, al primer tono de voz, sé que la comunicación que busco no se va a dar. O como cuando me levanto y antes de vestirme ya voy reconociendo que el día va a ser igual a todos los días desalentadores que vivo.
Había una pregunta, un intento, una persona, y salió mal. Y hay que seguir caminando en la oscuridad. Esperando encontrar un bondi.

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