sábado, 25 de enero de 2014

Optimismo

Cuando se apagan, en simultáneo, el ventilador, la computadora y la luz de mi pieza, lo primero que hago es pensar en el freezer lleno. Y, aunque no lo recuerde de inmediato, aportan a la angustia mis problemas con la comida y su consecuencia, esa necesidad de comer ya, de buscar ya en la heladera o en la alacena algo porque, si no, me apago yo también.
Voy a la cocina a buscar una vela y, por debajo de la puerta del living, veo luz en el pasillo, junto al ascensor. Se cortó sólo una fase. No habrá de ser tan grave, pienso: no será como el apagón del 99. La comida, al fin, sobrevivirá. Y me sale ser optimista: tal vez lo noto y lo recuerdo porque en general me dicen que no lo soy. O tal vez porque me digo esa frase hecha, “veamos el vaso medio lleno”, que finalmente parece haberme colonizado.
Quizá no es que no sea optimista, sino que lo soy únicamente cuando considero que las condiciones lo justifican. Como ahora… Si hasta logro comunicarme más o menos rápido con Edesur para hacer el reclamo. Con un contestador, claro, pero ¡hasta tengo número de reclamo y todo!
Con el correr de las horas, con el llegar del día, noto que mi vecino de arriba, uno de los varios que en este edificio tienen dos aires acondicionados en su depto, tiene, también, luz. El otro vecino de arriba, que tiene un solo aire, y que es tan sorete que la manguerita apunta directo a mi patio, también tiene luz. En cambio, yo, que sólo tengo un ventilador, no tengo luz…
A la mañana trato de dormir un poco y me despierto varias veces soñando que volvió la luz, que se encendió la lamparita de mi pieza, cuyo interruptor no toqué desde el corte para que me avise cuando vuelva. A la tarde el optimismo se va diluyendo, y qué bueno que no tengo que salir a la calle. Y qué bueno que sin luz no puedo prender la tele y enterarme de que hace 38°6.
Duermo un poco más, y me despiertan varias pesadillas, la mayoría de ellas referidas a la comida que hay en el freezer. La última vez, ya de noche, me despiertan –o me impiden volverme a dormir– unos golpes en la puerta. Es la vecina de adelante, que también tiene luz, para preguntar si necesito algo. No sé qué le contesto, si le digo “y… luz” o qué. Pero le hago una referencia a la comida del freezer. El portero, que está pasando, se ofrece a tirar un cable desde la sala de máquinas, que también tiene luz. (Lo podría haber hecho antes, cuando no había nadie delante. Igual, qué bueno que lo hizo).
Luego de veinte horas, la heladera vuelve a vivir. (Cuatro horas más tarde, las empanadas que saco del freezer aún están un poco blandas…). Trece horas después, finalmente, retorna la luz. No así la normalidad. Dos días bien, pero en la madrugada del lunes me despierto a eso de las tres y me sorprende no ver nada debajo de la puerta del living. Ahora se cortó otra fase (¿qué carajo son las fases?, una de esas palabras que uno repite sin saber su significado…).
Todo el 30 sin luz, y, cuando se vacía el tanque, también, de nuevo, sin agua. Y el 31 lo mismo. Esa madrugada, yendo y viniendo por los pasillos del edificio con baldes y ollas llenos de agua, tengo ganas de ponerme en bolas en la vereda y bañarme ahí. Total, es de noche; total, está oscuro; total, no hay nadie. Porque la sensación de limpieza no la da el agua, ni la da el jabón: sucede cuando la suficiente agua se lleva todo el jabón. Sin embargo, como siempre, no me animo. Después me enteraré de la vieja esa que sí se animó e hizo topless para protestar…
Mientras, pienso que los cortes programados de los que habló el jefe de gabinete de Duhalde, el patético Capitanich, son más democráticos y permiten que los usuarios organicemos nuestros tiempos y nuestras compras. Pero, claro, recuerdan a 1988, y CFK no quiere…
A eso de las cinco de la tarde vuelve la luz, y el sonido de la bomba de agua es mi campana de Pavlov y mi Machine Head, los dos al unísono. Pero a las diez de la noche de ese 31, justo cuando me estoy yendo, se corta de nuevo. De nuevo una fase, que no es la mía. Cuando vuelvo, a eso de las tres, la oscuridad de la calle me hace sospechar que se cortó también mi fase, la cual comprende al centro de la cuadra, pero no a las esquinas, como la otra. Entro a mi casa, y no hay optimismos ni pesimismos, sino una realidad, la que devuelve la mudez del interruptor, que confirma mi presunción.
Esta vez voy yo a tocarle el timbre al portero –que tiene luz– para pedirle que pase el cable. Da vueltas, sospechosas vueltas, dice que tal vez son los tapones de mi casa… Cosas raras. Cosas que claramente no son. Hasta que pasa el cable. (Gracias).
Llamo, de nuevo, y sólo por llamar, a Edesur, y me atiende una persona. Hago el reclamo, y noto que todas las veces que llamé al ENRE me atendió un contestador, lo cual seguirá sucediendo cada una de las múltiples veces que volveré a llamar, una cada tres horas, según te ponen como límite. En cambio, a veces logré que me atendiera gente en Edesur: por ejemplo, el 1 de enero a las tres de la mañana. Después, claro, el Schiavi de este caos, el que pidió un aplauso cuando Schiavi renunció, el sorete De Vido, venderá humo exigiéndoles a las empresas más telefonistas…
Hijo de mil putas santacruceñas, exigile eso al ENRE. Y, de paso, exigiles a las empresas que den electricidad: esa es la prioridad. Si cumplieran bien su función, no serían necesarios más telefonistas.
La tarde del 2 me cruzo en la calle con la señora de al lado. No la encuentro en la puerta, sino a tres o cuatro cuadras de acá. Me reconoce y me saluda, hablamos… Creo que ni ejercitamos la formalidad de desearnos feliz año, que todo estaba sustraído por un solo tema: la puta y conchuda luz. Y, como con el portero unos minutos antes, cuando salía de casa, expongo mi descubrimiento. “Las otras dos veces se cortó de madrugada y volvió a media mañana o a media tarde. Tal vez ahora pase lo mismo”…
Antes de ese corte había escrito en el borrador de este post: “Tiempo suficiente para pensar en esto y decidir no ser optimista nunca más. Ni siquiera cuando evalúe en los hechos motivos para serlo”. Así que no sé si ese descubrimiento califica como optimismo, o si simplemente fue algo a lo cual intentar aferrarme –habida cuenta de la nula comunicación por parte de empresas y Estado–, o voluntarismo, o sólo una referencia. Bueno, lo que sea que haya sido no sirvió. Esta vez vuelve de madrugada, a las dos.
Y qué bueno que vuelve, y que no estamos ocho días sin luz como acá, a cuatro o cinco cuadras, donde se quemaron las tres fases, según escucho al acercarme al corte de calle con el que protestan los vecinos. Y qué bueno que no estuvimos veinte días sin luz, como en otros barrios. Y qué bueno no tuve que tirar mucha comida, digo yo, como si no pudiera dejar de ver el lado bueno…
Por cierto, quiero decirlo: a esa altura no estábamos en 1988, estábamos en 1999. Puro y duro (neo) menemismo: empresas que se cagan en la gente y descontrol estatal.
Abandonados y basureados por la empresa de la que somos usuarios cautivos y por el Estado que debería controlarla, la reacción también es la misma del apagón del 99: Cortes de calles hechos por gente que no sabe cortar una calle y pretende que un colectivo gire en U (y que no camina ni una cuadra para extender el corte y evitar ese generador de violencia), bocacalles con restos de basura quemada y derretida, funcionarios de mierda que hablan de ridículas compensaciones económicas –las cuales, encima, no son en efectivo, sino un descuento en facturas futuras–, empresas que te dan luz una o dos horas de modo que el tiempo para calcular el corte vuelva a cero; funcionarios agitando con una quita de la concesión, ¡payasos que no pueden controlar y agitan con gestionar a través de una estatización!
Y la policía, que viene al corte de la calle y nos sugiere campechanamente que cortemos en otro lado, porque la prensa no va a venir acá, sino a una esquina más importante, el mismo verso que le repetirán a los del corte cercano, al que me acerco luego del fracaso del nuestro.
Y el croata supercatólico, antes de ir a la largada del Dakar, diciendo que las empresas deben dar respuestas a los usuarios (las mismas que no dan desde 1999): el Estado, nada que decir ni que hacer. Un asunto entre privados, bah…
Volviendo al tema: como tantas cosas, mi deseo, o mi voluntad, o mi palabra, se choca con lo que soy. Y quiero ser nihilista (¿protegerme siéndolo?), pero me agarro de cualquier regularidad que creo reconocer: me insto a levantarme creyendo que descansé ¡porque hasta dormí cuatro horas seguidas!, y cuatro o cinco horas después tengo que acostarme para completar mi descanso con una siesta de una hora y media; elijo comer algo rápido cuando me despierto con ¿el azúcar baja? y esa necesidad de comer ya, creyendo que una banana alcanza, y no: tendré que volver a levantarme, un par de horas después, en busca de algo que me llene… Tengo mil cosas para decir en el estilo de Olga, y creo que tengo un post, y me pongo a escribir, pero 9000 caracteres después no sé cómo terminarlo ni cuánta coherencia tiene.

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