martes, 29 de septiembre de 2015

Recitales

Año 2015. Agobiante proliferación de redes sociales, omnipresencia de formas de comunicación. Los recitales son “eventos” en Facebook, los músicos –cual groupies al revés– te piden “amistad” en esa red social como parte de su estrategia de marketing… Y, sin embargo, termina siendo imposible saber lo básico de un show.
El flyer publicado en su Face dice bandas, nombre del boliche, fecha y hora. El epígrafe aclara que para más datos hay que mandar un mensaje privado. Eso hago, preguntando dirección, valor de la entrada y horario real aproximado. Me responden lo único que ya sabía, la dirección, conocible googleando el nombre del lugar. El resto no lo saben, según me dicen. Ni siquiera el orden de las bandas, que a mí me resulta obvio. Agregan que me avisarán si tienen más datos, y descuento que solo son palabras de ocasión.
Tengo un cuerpo que dura poco en buen estado, que no se banca tres o cuatro horas de mucha gente, mucho humo y mucho volumen. Entonces, trato de hacer coincidir el escaso momento en que preveo que me voy a sentir bien con el acontecimiento. Y tengo problemas para dormir. Estos días, esta semana, de nuevo.
Como también tengo los genitales hipertrofiados de contar mi peripecia, como ni siquiera los médicos la entienden, no digo lo que me pasa ni por qué quiero saber el horario real. Miento. Invento que me levanto temprano y que, entonces, debo decidir si voy de una o si pego una siesta nocturna, aunque llegue más tarde y me pierda alguna de las bandas previas.
Tal vez por lo pesada y condicionante que me resulta esta historia, podría entender que algo muy importante para mí, el horario, no lo sea para otros. En verdad, creo que a los músicos les conviene decir la hora real, pues algún indeciso puede ordenar sus tiempos a último momento, o sus ganas, y terminar yendo. Quizá no sea tan así, quizá sea difícil prever los horarios, quizá haya alguna razón que torne inconveniente decirlos claramente. Pero el valor de la entrada… ¿Ni eso sabés? No soy un punk con tarjeta, como tal vez sean varios de ustedes, y no puedo ir al cajero más cercano si no tengo efectivo suficiente. Tengo que saber antes cuánto cuesta y, además, considerar todos los gastos posibles.
Desde el domingo pasado perdí el control de mi sueño. Salvo los esfínteres (¡por suerte!), en general no controlo a mi cuerpo. Él me controla a mí y hace lo que quiere conmigo. Los que dicen “ahora duermo” y duermen, los que eligen a qué hora despertarse y se despiertan descansados, los que pueden estar horas y horas sin comer, los que deciden cuándo acabar… qué notable, ¡cómo los envidio!
La semana previa estaba viviendo en horarios compatibles con los de este recital anunciado a medianoche y con los de un par más, que conformaban una trilogía de deseos para estos días. Quería ir a los tres y me preocupaba no poder sostener ese ritmo circadiano porque me estaba durmiendo cada vez más tarde sin poder hacer mucho al respecto.
El domingo, pese a los indispensables tapones en los oídos, me desperté varias veces, como de costumbre. Fue especialmente profunda la despertada que a las dos de la tarde me propinó la vecina de arriba con sus tacos, pero logré retomar el sueño. Me desperté un rato más tarde y pensé que ya estaba, que me levantaba. Pero no pude. Y seguí. Y se pasó la hora prevista para levantarme… A las seis me desperté, comí algo, y dormí una hora más, una hora aún insuficiente, pues el cuerpo me seguía reclamando más sueño. No pude satisfacerlo, y quedé en baja (y mala) frecuencia el resto del día, que en realidad fue noche.
Toda la semana estuve tratando de recuperar la cohesión de mi sueño y cierta previsibilidad de mis horarios –cosa siempre ardua– para ir acomodándolos con los de estos recitales. El día que me sentí bien y me estiré hasta las veinte horas despierto, el día que me desvelé, el día que no supe reconocer si había descansado o no… Y hasta fue una no-mala noticia la suspensión de uno de esos shows.
Llegó el viernes y me apuré para dormirme a las tres de la tarde, que se hicieron tres y media. Pero todavía estaba en hora: me levantaba una o una y media, comía y me iba. (Durmiendo menos de eso, no descanso). Me tomaba un taxi si era necesario, y estaba allí tipo dos y media.
Un par de veces me desperté para mear, de nuevo me ametralló con sus tacos la mina de arriba a las siete y media… Me costó tanto volver a dormir que decidí prender la compu: rápidamente comprobé que no había noticias del horario del recital. Igual me quedé un rato más, confiando en que los bits fuesen lo más efectivo para una pronta reconciliación del sueño. Cuando conseguí dormirme, dos horas después, los horarios ya no daban. Sin embargo, como si mi reloj interno estuviera seteado indeleblemente desde que supe de este show, me desperté con reveladora precisión a la una en punto.
De inmediato noté que el cuerpo no acompañaba. Sentía las ondas de mi cerebro, esas que el electroencefalógrafo no detectó, exigiendo más descanso, vibrando en una frecuencia incompatible no ya con un recital o con salir a la calle: con levantarme y comer. O con hablar. Aunque una parte de la cabeza y del cuerpo no arrancaban, tampoco me pude dormir. Hasta las cinco seguí, gastando las sábanas en cada vuelta que daba en la cama, gastando las teclas de la compu una vez que volví a prenderla.
Como aquella fecha del 89 o 90 con Malrecetado, que por alguna alineación neuronal indescifrable persistió en mi memoria, me quedé con las ganas. Ojalá haya sido en el 90, ya que si fue en el 89 todavía cantaba Mónica, y lógicamente lamentaría más no haberlos visto entonces.
Mi falta de oído me da vergüenza y me impide cualquier juicio musical, cualquier cosa que no sea un “me gusta”. Así, por ejemplo, no puedo decir que la cantante de mi nueva banda favorita desafina. Pero algo raro le noto a veces cuando escucho el disco, algo que me deja con las ganas de comentárselo a alguien que sepa para quitarme la duda. En cambio, a la voz de Mónica, registrada en un tiempo donde no existía el Autotune, no le encuentro esos deslices.
Mientras matizo el (mal) rato con la computadora y pienso “ahora, justo ahora, está pasando, y me lo estoy perdiendo”, busco en la web y encuentro cero información no sólo sobre el horario real, sino sobre la mera existencia de este show reunión al que le tengo ganas desde que me enteré, hace como dos meses. Ni siquiera lo menciona el periodista al que tanto le gusta la banda, que se jacta de tener grabaciones inéditas (que no compartirá con nadie, según aclara) de esta y de otras bandas surgidas a la vera de un Roca que derramaba su flamante electricidad por garajes y bares de la zona.
Hoy o nunca, decía el epígrafe del último flyer. Será nunca. Como tantas otras cosas que me fui perdiendo en la vida sin que tuvieran esa tajante advertencia.
Al final duermo una hora más, apenas una hora, y un poco mejor estoy. Creo que no del todo, que daría intentar una hora extra, pero son casi las siete, el entorno amenaza con agitarse, el vecino ya se está por levantar, el botellero con parlante pasa en un rato, y el cuerpo pide dormir despatarrado, no con la tensión a la que lo obligan las posiciones antinaturales necesarias para que no se salgan los tapones en los oídos. Y ya no puedo. Y otro día se irá en tres cilindros.
Antes o después de esa hora extra me pregunto sobre el uso de las redes sociales para informar de algo. Y, sobre todo, pienso en para qué quiero ir a un recital. ¿Para que un médico deseche la idea de depresión a la segunda vez que le menciono un reci? ¿Para tener un tema de charla, sea en una conversación cara a cara –cada vez más improbable, pues hace diez días que no hablo con nadie– o para decirlo en algún lugar de la web? ¿Qué busco? ¿A quién busco? Si, a fin de cuentas, como en el siglo pasado, siempre vuelvo siendo la misma persona que fue.
Me lo vuelvo a preguntar unos días más tarde, cuando, con los horarios bajo control, voy a sacar la entrada para el último de los recitales en cuestión, para el único al que, parece, podré asistir. 60 mangos la anticipada, dice el Facebook del evento, que no informa cuánto sale en puerta y que tiene un link a Ticketek cuya página dice “desde 60 pesos”.
Voy bajo la llovizna, me atiende un chabón con nada de onda, y, tras un tiempo que se hace más largo de lo esperable, tiempo en el que anota cosas y le da al touchpad, me dice: “Ochenta”. Sorpresa. Mala sorpresa. Le digo que en el Face de la banda dice sesenta; toma la notebook, la acerca a la ventanilla, y en la web del lugar dice “anticipadas 80, en puerta 100”.
Bueno.
Pago. Y me voy. Con mala vibra. A la media cuadra miro la entrada y es una entrada genérica en la cual el pibe escribió la hora, el día y el nombre del show. Ni siquiera el valor. Vuelvo y le pido que, al menos, me escriba cuánto pagué. Llego a casa y lo primero que hago es encender la computadora para dejar un comentario en el Face de la banda mencionando esto. Cero me gusta, cero respuestas.
En la prueba de sonido, una hora y media antes del horario anunciado, suben dos fotos y dicen que “en unas horas estaremos tocando”. Al minuto, alguien pregunta a qué hora tocan. Nadie responde. Y vuelvo a preguntarme sobre el uso que hacen de las redes sociales. ¿Querrán informar y no saben hacerlo, o simplemente buscan figurar, posicionarse y sumar “me gusta”?
El show estaba anunciado para las ocho, y mi intención era estar allí antes de nueve y media, pues no era un problema perderme a la banda previa. Llegué perfecto. Pero la banda previa empezó a las diez, y no tocó unas pocas canciones, como supuse, sino cerca de una hora. La banda a la que fui a ver largó a eso de las once.
Me tuve que fumar una hora y media de condiciones desgastantes para mi triste cuerpo, y esa amansadora me pasó factura cuando antes de la mitad del recital empecé a sentirme un toque mal, como si tuviera las piernas flojas o algo así. Algo difícil de identificar, que no parecía ser mi habitual necesidad de combustible en forma de comida, pero que me obligó a retirarme a la parte trasera del recinto, un poco más protegida del poderoso volumen.
Cuando te ponés a contar las canciones, a ver cuántas faltan, no es síntoma de disfrute, sino de supervivencia. Igual, para las dos últimas volví adelante y canté y grité con la tranquilidad del corredor que echa el resto porque sabe que faltan apenas cien metros.
Y si bien el ansiado comienzo, el primer golpe en el pecho del volumen, la canción que tantas veces canté por la calle últimamente, el duende hipnótico de la chica que canta (que se lleva todas las miradas todo el tiempo, pese a su feo corte de pelo y a que a su lado están un guitarrista que vale por dos y el baterista que toca sonriendo) desvanecieron el fastidio, no fue suficiente.
Las ganas de decirles que se metan en el orto el Facebook –y los datos que allí dan o no dan– persistieron, pero se manifestaron de forma invisible, con la decisión de no comprarme el disco. Aunque estuve meses esperando que tocaran no sólo para verlos tocar, sino, también, para poder comprarlo.


Update: para uno de estos tres shows había que reservar las entradas gratuitas con anticipación, por teléfono o por internet, dejándole tus datos al Estado. El día del recital, el propio músico le responde por redes sociales a un chabón del conurbano lejano que le pregunta cómo conseguir entradas y le dice: "ey ! era x Internet : se agotaron ! la proxima".
Leo eso y desisto de ir, lo cual no me jode tanto porque no descansé, porque lo que más me jode es no haber podido descansar. Sigo buscando, y encuentro que lo pasan por la web. Viendo el show on line, cada plano del público muestra amplios claros, unas cuantas butacas vacías. Unos cuantos que reservaron y no fueron, seguramente.
Después me entero de que eso suele ocurrir y de que conviene ir igual, sin reserva, para acceder a una de esas entradas que nadie retiró. Tiene su lógica. Lo incomprensible es que el músico no esté al tanto, que nadie le avise, que sin querer termine boicoteando la asistencia a su espectáculo.

16 comentarios:

Andate Tata dijo...

Creo adivinar una sola de las tres bandas.

Volvé Checho dijo...

Diga, diga...
(Creo adivinar quién es usted) :)

Saludos Sabella dijo...

la de Rosario SMM

Diego DT dijo...

Gol!!
Las otras era el artista preferido de este blog (reprogramó para este mes en el CCKK) y una perla de los late 80, difícil aludir.... Mmmm La banda donde cantaba Mónica Vidal.

que Plato Murphy dijo...

ahh debí saberlo!!

la otra tuve que buscar info

Anónimo dijo...

el 23 es lo de Palo

:( dijo...

Sí, y las entradas había que reservalas con anticipación. Dejándole tus datos al Estado.

Y sin saber si la mucama de arriba, en vez de venir los jueves, como siempre, hoy evnía el viernes y me cagaba el día con su concierto de aspiradoras, muebles arrastrados y alfombras sacudidas en la ventana.

again and again dijo...

tambien toca camus, ahora, ya
tampoco sabemos la hora exacta.
y no importa, porque tampoco logré descansar lo que me falta para sacarme este malestar de sueño incompleto.
otro día perdido, otra vida perdida.
and so on and so on and so on

y. O. dijo...

Esto me perdí!!!
https://www.youtube.com/watch?v=UvDGi3D9WKo

Me quiero volver changa!!!


(3:40, un día Leticia se lo va a garchar en escena=

mas dijo...

https://www.youtube.com/watch?v=Eht6aPMO4Dg

Randaxxo 500 mg dijo...

tambien volvió Suarez

https://www.youtube.com/watch?v=3n6SgTEGuVc


que bien le sentaron los años a Blefari

Anónimo dijo...

Depende tanto del corte de pelo, que me llama la atención: a veces parece sub 36
https://www.youtube.com/watch?v=SS-ZodDvLFM
La última vez tenía un corte que no le hacía honores.
Igual, para comparar, habría que conseguir la Playboy donde salió en bolas. O la película con Carola Reyna ¿y Bertucelli?
Por cierto, esta Navidad cumple 50.

Volvió Suárez, volvió El Lado Salvaje, vuelven Los Brujos, está claro: vuelven los 90.


PD: la semana que viene Olga actualiza contando sus exps facebookeras: le cerraron la cuenta. jaja

Saludo grande!

Anónimo dijo...

me daré una vuelta, con Bertucelli salió en Silvia Prieto... la otra es más vieja aún.

Anónimo dijo...

Mañana, si no llueve.
Si no, el sábado.
Es cierto, no era CJ, era Virginia Inoccenti.
Gracias, como siempre.

Anónimo dijo...

Ya que estamos hablando de Rosario, esta versión es muy linda
www.youtube.com/watch?v=YknfiYYfoC4

y.O. dijo...

Qué copado (?) el cronista de la Revista Chocha.
Perdón, LA cronista. Ahí veo que son todas mujeres. Y hasta encuentro el nombre, Julieta Briola.
Me parece que le andaba mal el reloj, porque dice que "a eso de la 21.30 Carmen Sandiego" comenzó su set. Comenzó 21.55 como muy temprano, Juli. Entre 21.55 y 22.
Hubo que fumarse una larga espera porque, recordémoslo, estaba anunciado para las 20.

También le andan mal la concordancia temporal ("el clima tormentoso no impidió que la música invada Niceto Club") y el significado de algunas palabras ("Llegando casi a la medianoche, Sue Mon Mont promedió la noche con 'Diferencias'"... ¡Ey, Juli, ese fue el penúltimo tema!).
Eso para no meterme con el estilo...


http://revistachocha.com/2015/09/25/contra-la-tormenta-carmen-sandiego-y-sue-mon-mont-en-niceto/


PD: Lo comento acá porque la única forma de comentar en el sitio de ellas es con cuenta de Facebook.