domingo, 14 de febrero de 2016

Precaución o suerte

Yendo a bailar una noche, un sábado de verano, Flavio estaba por subirse al bondi y un auto se jugó a pasar entre el 63 y el cordón de la vereda. Lo tiró una cuadra más allá y los vecinos se enteraron cuando sus amigos vinieron corriendo para decírselo al portero eléctrico.
Miguel estaba limado. Paraba con la 12 y estuvo un tiempo en cana, no sé si en Devoto o en Caseros. Algo después de salir se mudó. A veces lo encontraba sentado en el umbral de al lado, mirando la que había sido su casa. Y trataba de evitarlo. A la chica de la otra cuadra no la teníamos tanto, pero era hija de una amiga de mi abuela. Mi vieja dice que “andaba en la droga”.
Roxana me trató mal. Me amputó palabras. Pero esa es otra historia. Acá sólo corresponde referir su último ataque de asma.
La conversación errante de un 24 a la noche los trajo de vuelta y cuando alguien dijo “están todos muertos”, me sentí en un texto de Fabián Casas. Encontrar algo afín en ese ámbito improbable, donde siempre repetimos lo que decimos y lo que callamos, me hizo llevar de la memoria a la lengua lo del Liquid Paper del Proceso, las Malvinas y el sida.
El entusiasmo y una falencia en el registro de mi envergadura hicieron volar un vaso de Sprite ya caliente hasta su destino final.
En cuclillas, seco el inesperado lago del parquet. La servilleta roja me deja su color en la yema de los dedos. Las risas burlonas, casi histéricas, hacen el mismo camino que el vaso y me dejan ese color en la cara. (Por dieciocho días no podré mirarme al espejo).
Mientras recojo los fragmentos, las risas se truecan en repetidos “no te cortes” que, sin embargo, parecen desear la herida. Debajo del aparador, queda el último, un largo fino trozo, semicircunferencial, de la parte donde se apoyan los labios. Vidas rotas las nuestras, también, pero, precaución o suerte, sin sangre.

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