jueves, 21 de marzo de 2019

El show del fiambre

Un claro en la penumbra quieta de la calle Valle me deja ver, de golpe, a una pareja abrazada. Son grandes, estarán cerca de los cincuenta. Ella agarra más fuerte, o pone más el cuerpo; él, que es más alto y está más erguido, tiene la mano sobre la espalda de ella y procura transmitir contención. Leo de toque su lenguaje corporal y en menos de un instante pienso "se murió alguien".
Varios metros más allá, cerca de la esquina, compruebo la precisión de mi intuición cuando veo asomar la marquesina redonda y sombría con un pajarito que no es el de Twitter, sino el de Jardín de Paz. Un pequeño grupo, una media docena, ya está reunido y aguarda, mientras en el pequeño escritorio de la cochería un gordo de remera desaliñada atiende a los deudos encargados de los trámites. Sentado sobre el guardabarros de un auto estacionado resalta un chabón de barba colorada y hipster llorando.
Un rato más tarde paso de vuelta. Hay más gente, el de barba ya no llora, y el gordo, parecido al vendedor de historietas de Springfield, pero morocho, sigue sentado, papeles en mano, con los familiares. Paso lento, tratando de captar alguna frase memorable del grupo o de alguna pareja más alejada, pero no lo logro. Lo más memorable es la nena que me sonríe en la puerta del chino que está a mitad de cuadra.
Y el gordo. Porque la otra tarde pasé de nuevo por ahí y me acordé de él, y giré la cabeza para ver cómo estaba vestido. Pero no estaba. En cambio, cuatro mujeres (una más bien joven, con pinta de chonga estereotípica) jugaban a las cartas en la mesa del muy pequeño salón de la cochería.
Otro día, un par de años después, un coche mortuorio ocupa parte de la bicisenda de Quilmes, frente a un pequeño grupo que habla en la vereda dividido en dos o tres subgrupos. La primera impresión es la de que ya terminó el show del fiambre, aunque puede estar equivocada. Cruzo la calle para pasar cerca de ellos, para, otra vez, tratar de escuchar algo, pero es inútil. Ni en el silencio veraniego de esa calle lateral de Pompeya se distingue una palabra.
Lo más memorable pasa a ser esa regularidad, la búsqueda de algo que me dé una pista de cómo funciona: quién les avisó, para qué fueron, qué relación tienen, cómo sigue todo, cuál es el sentido del espectáculo póstumo, cómo les duele, cómo duelan. Una pista de lo que no conozco porque, cuando me tocó, decidí no participar.

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