sábado, 14 de noviembre de 2020

Yo no dono


No dejaré que me quemen. No le doy a nadie mis restos. Quizá por lo que les / debo a mis huesos, que me llevaron toda / la vida. No quiero que de ellos queden / cenizas cuando todavía pueden ser / huesos, firmes casi como lo que fueron. / En los huesos hay mineral, monte, roca /, montaña, una materia muy antigua y / noble. No son de azúcar para que los derrita / la primera lluvia. // Los huesos deben permanecer enteros, / y luego que el buen Dios los remueva, / que haga con ellos lo que quiera. ¿Habrá / suficiente algún día?, ¿quién sabe? // No dejaré que me cremen. // Por aquello no dicho que se acumuló / en mis huesos.
(Drazen Katunaric, "Por aquello no dicho")

No conforme con sacarles a los vivos para darles a "los que menos tienen" (y, también, a los que deciden quiénes son los que menos tienen y cuánto recibirán, que, en el proceso, se llevan una bonita comisión, siempre mayor que lo que reparten), el Estado va por los muertos.
Comenzó con el impuesto a la herencia, que promulgó Scioli y que Vidal ni soñó con quitar. Y que ahora, seguramente, se extenderá al ámbito nacional para que nunca puedas ser propietario de un puto monoambiente cuando se muera uno de tus padres. Y sigue con la nueva ley de donantes de órganos, que invierte la carga del consentimiento y da por sentado que sos donante a menos que hagas unos trámites engorrosos para explicitar que no donás un carajo. La Economía del Comportamiento se especializa en asuntos como estos y enseña que la mayoría de la gente no hace el trámite porque no tiene tiempo, porque no sabe o simplemente porque paja, y se tiene que bancar la consecuencia.
Si no entiendo mal, antes de esta "ley Justina" alcanzaba con manifestarle tu decisión a alguien de tu entorno, pero ahora hay un registro formal estatal y allí tenés que decir que no. Porque tu sí ya lo tienen. Aunque no lo hayas dado.
Ya no alcanza con un papelito manuscrito en el DNI que diga "yo no dono" (bah, no sé si alguna vez alcanzó). Existe, eso sí, la posibilidad de hacer el trámite on line. Sin embargo, esa parte del sitio del Incucai no funciona. La alternativa es hacerlo en el sitio Mi Argentina, donde tenés que crearte una cuenta, y tu IP queda registrada y fácilmente cruzable con la data que recolecten otros sitios.
La otra alternativa es ir a una sucursal del Correo Argentino, fumarse una espera que en mi caso fue de cuarenta minutos y mandar un telegrama -que es gratuito- al Incucai que exprese tu voluntad. Todo es tan ridículo que hay dos telegramas, uno para los que no quieren donar y otro para los que sí, el cual es redundante, porque la ley dice que si no te manifestás explícitamente, te toman por donante.
La cosa es que esperé, llegó mi turno, le expliqué al cajero, y se puso a buscar por varios minutos sin encontrar el telegrama. Consultó con un par de compañeros, yo me sentía un poco culpable por cómo lo estaba sacando de su rutina con esta boludez... Finalmente, alguien le dijo en qué compu, en qué archivo estaba el telegrama, y lo imprimió. Y me lo dio para que completara los datos. Como ya estábamos cerca de la hora de cierre, me dijo "traelo mañana".
Llegué a mi casa y me disponía a completarlo cuando noté que me había dado el telegrama para los que quieren donar. Tuve que volver, unos días más tarde, esperar otra media hora, explicarle de nuevo al empleado estatal, que esta vez me puso mala cara y me dedicó algún reproche (!!!), y finalmente obtuve el formulario que quería.
Un par de días después volví a volver y después de más espera lo despaché. Es gratuito, sí, pero si querés un comprobante de que lo mandaste, o de que lo recibieron, ya no me acuerdo, tenés que pagar 500 pesos. (Eso me dijo la encargada de la sucursal, que me atendió personalmente para liberar de boludeces como esta a los demás cajeros, que no sabían muy bien cómo proceder). Y si querés averiguar en algún sitio web si recibieron el telegrama, no hay: el sitio del Incucai te redirige a un sitio que te redirige a otro y ahí, de nuevo, tenés que crearte una cuenta para acceder.
Así que no sé si todo este tramiterío sirvió de algo.
No voy a ser cruel con los padres de la púber que se murió esperando un corazón: canalizan su dolor como pueden y necesitan inventarse una misión para mitigar el dolor en vez de cultivar la aceptación. Lástima que sea avanzando sobre las libertades individuales. (Apenas me reiré un poco de la madre, que no quiso cremar el cadáver: ella también estuvo a favor de enterrar un cuerpo entero). Así que no les voy a dedicar todo el tiempo que perdí a ellos, pero sí a los legisladores buenistas, que siempre buscan el rédito y la fama. Y en especial al inefable Fernando Iglesias, un patotero de cotillón que amenaza a los ciudadanos con tuits que dicen cosas como: "Yo me voy a encargar de que quien la haga quede inhabilitado de por vida para recibir transplantes (sic) y ahí vamos a contar los guapos". Qué malo que resultó el profe de vóley. Me da miedito. Bueno, sí, me da miedo que totalitarios y vengativos tengan una gota de poder o puedan saber cuál es mi IP.
Me cago en tus amenazas, Iglesias, me cago tanto que me encantaría necesitar un trasplante para no aceptarlo, y para ir y decírtelo en la cara. Y para decirles en la cara a los médicos dueños del Saber, que atienden como si fuesen dioses, "me cago en tus -presuntas- soluciones, en tus tratamientos cruentos (e incesantes)".
Me llevo mi cuerpo entero, ese que todos ustedes despreciaron y rechazaron. Del mismo modo que desprecian y rechazan mi energía o como se llame esa cosa intangible y constitutiva. Ojalá pueda permitirme disponer del momento final. Y ojalá encuentre la manera de no tener que compartir el espacio póstumo con nadie.

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