miércoles, 1 de marzo de 2023

El gato de la calle De las Artes

Ya es de noche y camino rumbo al parque Chacabuco, no sé si fui a correr, a caminar o a qué, no sé para qué. Mientras cruzo una de las callecitas de ese barrio que parten a las manzanas en tres, veo a un gato desde la esquina. Me acerco para maullarle, para ver cómo mueve las orejas buscando la fuente del sonido o para que me mire, no sé para qué, pero él se esconde bajo un auto. Cuando, pronto, desisto de mi intento y me estoy yendo, desandando el camino porque es una calle sin salida, una señora joven desde una terraza me interroga con tono hostil: ¿qué estoy haciendo?, ¿qué gato?, ¿para qué querés ver al gato?
Trato de responder su metralla de preguntas inquisidoras, por no decir histéricas o paranoicas, y le digo instintivamente “para charlar” (sic) cuando lanza la última de ellas, antes de poder racionalizar lo que sucede y, sobre todo, lo que estoy diciendo. La situación me abruma emocionalmente, aparte de tornarse incómoda y tal vez peligrosa; pero, aunque eso no hubiera sido así, no me iba a poner explicarle que el gato era el único ser vivo con el que podría comunicarme esa noche, el único con el cual podría mirarme a los ojos.
Quiero contarlo, profundizar en el hecho de que personas –civiles– me piden explicaciones por andar por la calle, y a la vez me hace mal tratar de recordar lo sucedido para referirlo con la precisión suficiente. Tanto que presumo que una forma de autoprotección borró detalles de mi memoria. Así que solo puedo decir que a vos, forra conchuda que vivís en De las Artes y la AU (mano derecha hacia el sur, la última casa antes del alambrado), te deseo que todos los miedos que mi presencia desató en tu cerebro de mierda se te hagan realidad. Y algunos más también.

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