domingo, 29 de septiembre de 2024

Las zapatillas Asics son una porquería (las industria argentina)

Cinco años después de comprarme zapatillas por última vez –mi segundo par de Asics Cumulus 19, las mejores y más cómodas zapatillas que tuve y tendré–, me di cuenta de algo que ya sabía: que ellas y sus hermanas compradas en 2018 tenían toda la suela morfada a la altura del antepié, al punto de que no sólo no hay más negro suela a la vista, ni tampoco blanco mediasuela, sólo un color gris que no sé qué es. Acepté que ya no daban para más y fui al placar, donde esperaban su turno unas Mizuno Wave Legend 3 que compré en diciembre de 2018 porque había una buena reseña en Foro Atlestimo y porque coincidió que estaban a buen precio y que yo tenía unos pesos.
Ellas esperaban su turno y yo esperaba venderlas, porque las usé una vez, seis kilómetros caminados, y me resultaron muy incómodas dados su ajuste holgadísimo y su dureza, que me hace sentir como si corriera sobre hielo, o como si un ESP mental estuviera corrigiendo todo el tiempo la ubicación del pie dentro de la zapatilla.
Pero nunca supe dónde venderlas (¿en Marketplace?, no sé cómo es), y quedaron guardadas durante años. Ahora las saqué de su letargo y sentí las mismas incomodidades. Así, empecé a pensar en comprarme zapas, idea ayudada por el hecho de haber podido vender unas fotos antiguas –el comienzo de una colección que nunca fue– que había comprado hace varios años. En aquel entonces saqué la cuenta y vi que había gastado el equivalente a un par de zapas caras. Y ahora, que las vendí por un precio parecido al de un par de zapas caras, quedaba servida en la cabeza esa posibilidad.
Lo primero que miré fue Asics, donde encontré casi todos modelos nacionales, algunos con gel y otros sin; alguno bastante caro, como las Meteora; otros más razonables, como las Pacemaker. Y entre las importadas, de las cuales hay reseñas de sitios extranjeros, las cocolichescas Noosa, las carísimas y altísimas Nimbus 25 y las que rápidamente pasaron a ser primera opción, las Cumulus 24. Curiosamente, no hay reseña de las 24 en Foro Atletismo, pero la de las 25 muestra un mamotreto que sigue la moda de las mediasuelas enormes, y me digo que mejor comprar ahora las 24, porque las 25 seguramente serán más incómodas y sin duda son horribles para mi gusto. También consideré unas 880, prontamente descartadas al leer sobre la anchura de su horma (y por encontrar algunas diferencias visuales entre las fotos del aviso y las del test de Foro Atletismo) y unas Supernova de Adidas, que siguen viniendo con el Boost y su peligro de fascitis.
Doy por sentado que las Cumulus son importadas, el precio, 170/180 lucas, así lo indica. De hecho, son más caras que la Noosa. En algún sitio no lo mencionan, en otro sí, pero torpemente no reparé en ese dato en el momento debido, o sea, antes.
Busco lugares, comparo precios, y decido comprarlas en el Bompie de Once, donde están más caras, pero toman los dólares a un valor más alto. (Porque las fotos me las pagaron con dólares).
La pista que pasé por alto fue la sutil diferencia en la nomenclatura: no son Cumulus 24, sino Cumulus 24 SE. Y eso es importante porque a los cuatro o cinco días, cuando las saco de la caja y me las estoy por poner, veo el papelito pegado en la plantilla que dice "industria argentina". La concha de mi madre, las cobran como importadas, pero son nacionales.
Me las pongo y la izquierda me ajusta más tight que la derecha. Supongo que se debe a que esta última es la que estaba en exposición y seguramente alguna persona la probó y aflojó los cordones para ponérsela. Cuando las miro de cerca y sin anteojos veo que la izquierda venía notoriamente sucia en el gel a la altura del talón, como si hubiera estado mucho tiempo fuera de la caja, y tuve que pasarle un dedo húmedo para limpiarla. También noto que las terminaciones son un poco toscas, lo que contribuye a generarme poca confianza sobre su calidad. Miro un poco más y descubro que la izquierda tiene tres pinchazos, como si le hubieran clavado un alfiler en la media suela a la altura de los dedos en el lado exterior del pie. Una mierda total eso. En menos de dos minutos me arrepiento de haberlas comprado en ese lugar. Pero el Solo Deportes de Once cerró, el de Acoyte no tenía nada interesante, y no había otros lugares cerca.
Me las pongo y ratifico la sensación que tuve en el negocio: el ajuste es muy bueno, aunque no tanto como el de las 19, que dan más sensación de sujeción a la altura de los alrededores del tobillo. Salgo a caminar un rato y el pie viaja enguantado, pero en la zapa izquierda empiezo a notar una molestia, como si tuviera algo bajo la plantilla –una moneda, ponele (?)–, en el antepié, apenas detrás del comienzo del dedo mayor.
En ese primer uso, de unos cuatro kilómetros caminados, fue mermando la molestia, y también, promediando el recorrido, vi dónde se van a romper. El upper, a la altura de la uña del dedo gordo del pie derecho, tiene escrita su sentencia de muerte: es notable cómo sobresale el dedo elevándose en cada paso. En verdad, esa revelación tiene una contendiente: lo flojito que parece el contrafuerte, y cómo siento que sufre cuando me calzo y me descalzo debido a lo angosto de la boca: habrá que tener cuidado con eso y no sacarlas haciendo fuerza y sin aflojar los cordones para evitar lo que me pasó con las Boston 3, que me quedé con el ForMotion en la mano. Dos puntos de duda para la durabilidad, aparte del tercero, prejuicioso, de la nacionalidad. Y un cuarto, los cordones no parece que vayan a bancarse muchas estiradas en busca de un ajuste fuerte.
Después de días y días de cansancio y mal dormir, una mañana temprano me siento en condiciones para correr y decido estrenarlas en carrera. Se repiten las sensaciones buenas al ponerlas, pero al segundo paso, aún en mi habitación, reaparece la molestia en el pie izquierdo, que no cesará durante los tres o cuatro kilómetros que corrí. Ahí me acuerdo, y toma otra dimensión el hecho, de que cuando las compré me dieron una sola para probarme, la derecha, y entonces no pude notar este problema que tienen en la izquierda.
En carrera, el ajuste está bien, pero no tanto en los puntos donde a mí me gustaría que ajustaran, sino uno o dos centímetros más acá o más allá. La amortiguación se siente bárbara, sea mérito de estas zapas o sea que las comparo con unas que uso hace cinco años. Pero es hermoso propulsarse por el asfalto antes de que salga el sol con el grado justo de rebote.
Al terminar, siento que casi no hay espacio para que los dedos se muevan, para despegarlos de las medias húmedas de sudor subiendo el dedo gordo encima del mayor, por ejemplo. Pero no es algo que moleste, salvo en esa única situacion.
Llego a casa, ya no con molestia sino con dolor en la planta del pie, y me fijo si hay algo raro en la zapatilla, pero no. Ni a la vista ni al tacto: paso el dedo, aprieto y todo está literalmente liso. Pero me las pongo y siento esa presión. El pie me seguirá doliendo/molestando horas, y pienso en cambiarlas, pero no se ve que tengan nada malo, y además ya están sucias por el uso de estos tres kilómetros.
Otro día vuelvo a usarlas caminando unas veinte cuadras y sigue apareciendo la molestia. Merma cuando camino en una calle cuesta abajo, tipo la cuesta de Centenera, y de pronto pienso en que tal vez lo que molesta es el punto donde flexiona la zapa, los pedazos horizontales y discontinuos de suela pegados sobre la media suela, la cual no es plana, sino que tiene una ondulación longitudinal. No sé si es ahí donde me jode, no entiendo por qué me molesta una y no las dos, pero lamento haber comprado estas Asics industria argentina.
Ahora vengo de darles un uso más intenso, corriendo seis kilómetros en asfalto y pista. Y ¡me duele el pie izquierdo! A veces parece una moneda, a veces, un grumo de FlyteFoam; otras, un lomo de burro; también un apelotonamiento de la media (a veces, un tumor plantar (?)). Pero no es ninguna de esas cosas. No sé qué es. Sólo sé que usarlas es como ponerse un cilicio. Y que tiré 125 dólares a la basura.
Y que me cago en la industria argentina.

Lo no dicho sale (42 años después)

Qué sorete hay que ser para poner un 3 en el boletín en una materia de mierda como Dibujo: ponele Lengua, ponele Matemática, te la tomo. Pero ¿en Dibujo? Hay que ser sorete o hay que creerse demasiado importante, vos o tu materia.
Aparte, vos no sabías qué consecuencias podía tener un 3 en un boletín. Pero te chupó un huevo; te importó más cumplir con tu superyo, o con tu voluntad de poder, que si me fajaban, me castigaban, o simplemente me sentía una mierda por tu puto 3.
Seis de los siete años de la primaria te padecí como docente... Digamos, hay que tener un talento muy especial para lograr que los chicos detesten la materia Dibujo. Vos lo tenías. Lamentablemente no pude decírtelo en vida, pero al menos me saco la ganas de decirlo ahora.
Ojalá hayas sufrido mucho antes de morirte, ojalá algún otro ex alumno te haya dicho algo de esto.

La médica

Después de años, volví a mencionarle a un médico mi asunto con el azúcar o lo que sea que me hace sentir que flaqueo –aunque haya engordado mucho, ja–. Fue en vano, no dijo nada relevante y lo único que me quedó fue la idea de que pateó las cosas para adelante y me dijo en “seis meses vemos” luego de desestimar lo que le dije que me pasa o lo que creo que puede ser.
Ahora quise escuchar la grabación para saber qué me dijo y aprovechar para desgrabarlo y hacer un post ya que volvía a publicar acá. Pero no pude. Me hace mal. Realmente mal. Apenas llegué a escuchar un tercio de la grabación, la parte donde, a raíz de mi colesterol alto, me pregunta si hago actividad física, y cuando le respondo que corro, tres o cuatro kilómetros tres o cuatro veces por semana, me dice que bueno, que los días restantes salga a caminar o que ande en bicicleta. Y que controle la dieta, “en general uno baja las grasas animales –no como grasas animales, acoto–, lácteos descremados, la pastelería tiene mucha manteca o crema –no uso, le replico–…
Para no interrumpirla más, espero que termine y le informo que “básicamente de esto, lo único que como son las Cerealitas, o sea, galletitas que tienen grasa”. Y ella no puede salirse del guion y responde “por eso, ver las etiquetas, los hexágonos”.
Agrega que “podemos hacer una consulta también con Nutrición si quiere…”. Ya hice, le respondo.
Okey, puede ser que yo sea un plomazo, que soy el último turno del día y te querés ir, pero no es mi problema. Mi problema es de salud y vos no me lo resolvés, y ya sé que no me lo vas a resolver porque ni siquiera lo estás intentando. Sos una oficinista de ambo que me habla como si lo que yo digo no existiera.
Dice que a veces lo funcional y lo operativo nos sirve más que profundizar. La interrumpo para decirle que a mí me gustaría tener más libertad, un cuerpo con el cual contar, y ella continúa con su versito como si yo no dijera nada: “Por ahí se generó este sistema y por ahí le funciona y me dice ‘yo estoy bien y no quiero andar revolviendo otras cosas’, por ahí uno le mete ruido y empieza a ver si no es ansiedad, si no es esto o lo otro. Con que usted funcione es suficiente”. Señora: no estoy funcionando. Esto no se lo dije. Bueno ahí veo que al final le dije que puedo funcionar en ciertos ámbitos, pero que a veces uno sale con gente y tiene que estar más pendiente, y es un problema.
“Si cree que puede ser ansiedad, veinticinco años de ansiedad es raro”, le comento tratando de bajar a lo concreto las vaguedades que dice. Y ella dice que a veces nos tenemos que amigar con la ansiedad.
“No le quiero meter ruido a algo que tiene más o menos organizado”. Hace veinticinco años que no tengo trabajo fijo por culpa de esto, que no puedo vivir sin pensar en esto, pero ella habla de que todo siga así, “organizado”. FUCK. Se lo digo, ahora escucho que algo así le digo, y ella sigue hablando sin detenerse en mi interrupción.
“No es nada grave, vamos a la calidad de vida, hasta dónde metemos ruido y hasta dónde no”. Pero no dice nada concreto. “Pienseló, no tenemos que hacer nada ahora ni mucho menos”. ¿En qué quiere piense? Deme una propuesta concreta para pensarla. “Empezar a pensar otra opción”, insiste, pero, ¡de nuevo!, no me dice cuál.
En la despedida le digo “nos vemos en… algún momento”, y ella dice que “los cambios de la dieta no son cambios inmediatos, no son dos meses, a veces son seis, ocho”. Genial, seguiré perdiendo vida en una espera infinita, doctora R.
Lástima grande que I Ain't Superstitious, si no ya habría consultado a más de una curandera.