domingo, 31 de enero de 2010

La odisea del peatón

Esquivar caca de perro. Esquivar algún perro suelto, abandonado o no, agresivo o no. Sortear baches y pozos en veredas y calzadas. Tratar de que la lluvia artificial que producen los equipos de aire acondicionado no me moje (HAY QUE tener el AA. Dará sensación de riqueza, ¿no?). Evitar que el humo del cigarrillo que fuma el tipo que camina delante de mí me ahogue cuando el viento sopla en contra. Gambetear vendedores ambulantes y manteros altiplánicos, tanto como mesitas y sillas de bares, y también cualquier otra mercadería expuesta, desde cajones de verdulería hasta voluminosos juguetes. Y las promotoras en las avenidas, y la basura suelta y maloliente por doquier. Evitar el humo de los empleados que salen a fumar a las puertas de sus trabajos, mudando la nube nicotínica de la oficina a la puerta. Cruzar la calle cuando los que duermen en las veredas las ocupan completamente, o cuando cartoneros de olores acérrimos se reúnen, antes, durante o después de recoger los objetos de su interés. Saltar las aguas servidas que fluyen bajo el portón de una casa tomada a dos cuadras de mi casa. Anticipar si hay perros, jovenzuelos que cobran peaje o piden unos centavos, policías a los que mi cara, mi aspecto o mi actitud les resultan sospechosos, niños mendicantes (desamparados, desangelados, desahuciados), fumancheros, paqueros, etc. Cuidarse de automovilistas que no respetan la senda peatonal ni la prioridad del peatón, o que simplemente las ignoran. Protegerse de los que miran para donde vienen los autos, pero no hacia donde viene el peatón, y se mandan igual. Precaverse del que viene hablando por teléfono, tomando el volante con una sola mano, o con ninguna. Intuir el giro del que no puso el guiño. Intuir la ausencia de giro del que sí lo puso. Percibir que el que lleva la baliza encendida no se va a detener. Esquivar a los peatones que caminan mientras leen o envían mensajes de texto. Resguardarse del giro imprevisto del colectivo que dobla saliéndose de su recorrido para evitar una zona de mucho tránsito. Conservar el equilibrio en veredas rotas, ante los desniveles de las entradas de los garajes, en los adoquines que quedan tan cool como decoración de algunas veredas.
Y, al fin, llegar a casa, y correrse justo a tiempo cuando la vecina del tercer piso riega la selva enmacetada que tiene en su balcón y activa una caudalosa y desaprensiva catarata.

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