lunes, 31 de mayo de 2010

Al sol

Okey, tengo un asuntito con el sol. También con sacarme la remera.
Con el sol, sobre todo cuando no es verano, cuando no hace un calor de la hostia. El sol de una tarde de agosto, o de abril. Porque no hablo de convertirme en lagarto o en charqui. Hablo de sacarme la remera y sentir el aire tibio sobre la piel. Aunque sea de noche.
Demasiadas veces ya me han mirado, o me han dicho –o incluso gritado– cosas por andar en cueros. No solo los federicos de la estación, requiriéndome que me ponga la remera cuando estoy en un lugar que se supone público. Ni las pendejas que, junto a sus amigas, se ríen de mí con risa espástica. Ni los que me gritaban cuando decidía soltar mi medio metro de pelo mientras caminaba por ahí. Ni lxs niñxs interpelados por la sorpresa y la curiosidad.
Cualquiera. Hasta gente del palo. Pibes jóvenes, cartoneros, lúmpenes, que me hablan porque sí. No la gente careta, que me mira con recelo, o con asco; no las minas que cruzan la calle, temerosas de que las asalte o las viole. Esxs no me dicen nada. Se persignan para sus adentros y se alejan. No se trata de la precaución que procuran ejercitar en la calle, de lo que les llama la atención, de lo que les genera un miedo clasemediero y me hace sentir negro, o deforme, o un árabe en un aeropuerto. El contacto no se rehúye, sino que se busca, como tratando de imponer la presencia, y con la palabra viene algo vinculado con la agresión: el desprecio se manifiesta delirando a alguien, y no ignorándolo, como los otros.
Este año, el último sol que invitaba claramente a sacarse la remera me encontró en un mediodía suburbano, caminando junto a una vía del tercer cordón. Uno de esos días de mierda donde hay que llevar mucha ropa, porque salís a la mañana y está muy fresco. Si no tenés un saquito, o una campera liviana, estás obligado a llevar el mamotreto de jean. Y al mediodía no solo no da para campera: da para piel… Entonces iba con la campera en una mano, el buzo anudado en la cintura y la remera enganchada en el cinto. Y decí que no tenía calzones, porque cuando sentí la brisa en el torso, tentaba seguir el estriptís sacándome los lienzos.
Llegando a la estación hay un estereotípico joven desclasado del conurbano profundo, sentado en el cordón de una vereda, junto a una mujer de pie, con un crío en brazos y otro que ya caminaba, descubriendo el terrizo mundo de los metros cercanos. El chabón me pide un cigarro, que no tengo, y dice algo de mi cuerpo, “eh, qué lomo”, o algo así…
El otro día, cuando la ausencia de remera se debía más a la voluntad que al calor, conducía por la vereda mi carro con 20 kilos de diarios viejos para vender, y un cartonero que venía por la calzada, en sentido inverso, también habló de mi lomo. A cuento de nada. Lo mismo hizo el profesionalizado reciclador urbano del MTE que esperaba su bondi en San Luis y Billinghurst, una tarde de verano. Todos me miran, me hablan, acotan.
Y como esos hay más. Más miradas despreciativas, más comentarios barderos… Cada uno tiene su forma de marcar la diferencia, de hacerte sentir la exclusión y la no pertenencia. Pero en un caso, es para adentro, callada, silenciosa. Estos idiotas, en cambio, se creen con derecho a interpelarte, a boludearte, a escupirte la cara con su presunta ingeniosidad, a hacerte participar obligadamente de sus palabras.
¿Yo les digo algo sobre su cara, sobre su estado o su aspecto, sobre la ropa que tienen o no puesta? No. Entonces… ¿qué carajo se meten conmigo, la concha de sus madres? ¿Quién les dio margen?
Hablar de mi lomo sólo puede constituir una burla porque tengo el código de barras de Quilmes tatuado en la panza, y la dirección, 12 de Octubre y Gran Canaria, y los números de RNPA y RPPA. Y, salvo la busarda, lo demás son huesos. Además, ¿es imprescindible tener lomo para sacarse la remera en la calle sin quedar expuesto a la chacota y al escarnio de estos forros? En realidad, cualquier motivo les valdrá para tomar de punto a alguien y ejercer su mínimo poder, que sería mucho mayor si estuviesen de a muchos, o si pudieran usar, como seguro que quieren, traje y corbata.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La cera se ha fundido
pero este sueño de volar
perdura.
Yo, Ícaro, varado
en mi carne,
albergo una sección brillante
donde un pájaro
noche tras noche
mientras duermo
a la luz de los astros
despliega sus dos alas espectrales
y ensaya.

Anónimo dijo...

Si sólo importara el sol y no hubiese donde volver
Si caminar fuera todo y no existiera otro modo de curtir más esta piel
El tiempo me acuchilló, me quiso dejar atrás
Me hizo cargar con todo y así me olvidé que todo es mucho para comenzar
Ay vida, si lo que se ve, se va
Ay vida, dame ojos para ver un poco más allá