lunes, 21 de febrero de 2011

No apto para ansiosos

Nuevamente tuve que ir a un hospital público. Esta vez, para buscar los resultados del análisis de VIH que me hice hace tres meses y para que me hicieran la orden de los nuevos análisis. Aunque estaban desde noviembre, esperé a diciembre para ir porque sabía que era negativo. Sin esa preocupación, preferí dejar todo para un solo viaje: retirar los resultados dentro del horario que decía el papelito que me dieron, darme la vacuna contra la hepatitis B y pedir la orden para los análisis que tenía que hacerme al mes y medio de la noche en que mi pulsión de muerte pasó al siguiente nivel.
Este hospital está bastante mejor que los otros hospitales porteños que visité en el último tiempo, pero no deja de ser un lugar municipal. Entonces, me imprimieron en el acto los resultados de todos los análisis, salvo el del VIH, el cual –me informan en ese momento– se retira en Infectología. Voy para allá, y me dicen que lo entregan sólo ciertos días y en cierto horario. Por supuesto que no ese día a esa hora…
Antes de que terminaran de decírmelo, resolví que no me hacía el análisis y que no volvía hasta el año que viene, y, sin quejarme, me fui con la tranquilidad que me daba la certeza de saber que era no reactivo. Ahora bien, si yo tenía alguna duda, me tenía que morfar la ansiedad, el temor, el desequilibrio y todo lo que viene con ellos un día más porque las profesionales que me atendieron (que siguen la práctica de no presentarse, de modo que uno no sabe ni su nombre ni su especialidad) olvidaron el detalle de decirme cuándo me iba a enterar de lo único que, en definitiva, interesa saber.

En la ventanilla digo para qué fui, y la mina me pide el documento. No tengo. No llevé. En lugar de decirle que dejé la billetera en casa porque es incómoda, le digo que sólo tengo cuatro pesos (?). Tras un momento de duda, parece que me va a anotar igual. Pero una vieja que está a su lado, también de guardapolvo, se mete y le cuchichea algo. La chica le explica en voz alta que llevé los otros resultados, yo aclaro que quiero resolver todo en un solo viaje… Sin embargo, la vieja maleducada vuelve a hablarle al oído para que yo no escuche. Un par de veces.
Estoy a punto de decirle: “Me lo podés decir a mí. Así no la usamos a ella de intermediaria”, pero siempre hay algo que me frena en situaciones como esta. No sé qué reparos pone la vieja conchuda, y a mí tampoco me sale decirles que me cago en el resultado. “No querés dármelo, no me lo des. Haceme la orden para el próximo análisis, y listo”. Porque sé que este es negativo. Eso sí se lo digo, pero creo que no lo registran.
Finalmente, gana la chica, y me dice que me siente, que me van a llamar. Al rato, un clon joven y petiso de Carlos Monti se dirige a la ventanilla, que está a un metro del asiento que ocupo, y dice que está esperando hace más de una hora que le den el resultado y que tiene que ir a trabajar. Lo atiende la vieja del orto esta y lo pelotudea de un modo enojoso. Le dice que “estamos buscando”. El pibe se queja un poco, y la vieja insiste con que están buscando, y agrega que no hay consultorios desocupados. El chabón le pregunta si “estamos buscando” quiere decir que no lo tienen, y la mina le contesta que “no podemos entregártelo por ventanilla”. Pero no desarma la madeja de vaguedades que constituyen el núcleo de su respuesta.
Mini-Monti tuvo que esperar un rato más. Yo estuve en el lugar una hora cincuenta, más o menos. ¡Ey! Es (somos) gente que puede estar en un estado de ansiedad lindante con la desesperación. No es (somos) gente a la que podés boludear alegremente. Menos si la vas de bienpensante respetuoso del enfermo seropositivo.
Cuidar al paciente no es repetir el protocolo de que dos profesionales estén presentes durante la atención, unx enfrente tuyo y otrx de pie, apoyadx en la camilla. Es evitarle una ansiedad mayor a la que se vino acumulando en las dos semanas que tardan en estar los resultados o durante el período de ventana. Es minimizar la taquicardia ensordecedora y el tiempo en que la cabeza está en el medio de una fauna a la que, claramente, el Kaletra no le impide vivir –-> los envidio.
Gente desubicada hay en todos lados, pero lxs profesionales podrían (deberían) no sumarse a la mierda que hace más inhóspita la espera del momento que te va a cambiar la vida o no. Ya bastante con ese trava gordo y tatuado que saluda a todo el personal y se pone a hablar por teléfono en voz muy alta; con el tipo que habla solo, con el viejo sordo de bermudas cuya voz tiene un volumen tan alto como el de su audífono, con los celulares de casi todos los demás.
Trato de meter el oído entre esas capas de sonidos, entre las voces de gente dando sus datos, el turuuuuu que anuncia el cambio de número en el display y los fragmentos de conversaciones, para identificar mi apellido en la voz de un médico. Hasta que es evidente que va para largo, y me pongo visual: miro al clon de Paloma Herrera, a la gente con barbijo, a ese tipo de unos cuarenta y pico de años que, acompañado por una vieja mandona rubia teñida cara de orto –la madre, supongo–, entra al consultorio y al rato sale llorando. Reparo en todos los gestos amanerados, en si lxs profesionales activan, en la pollera corta de esa chica tan joven como atractiva, con lentes oscuros y el pelo sobre la cara, que transmite una angustia tan grande como la del tipo que llora.
Hay menos gente, hay más lugar, y entonces camino. De acá para allá, de allá para acá, cinco pasos en cada dirección, y cuando veo a las minas con un papel en la mano, hablando de no sé qué cosa, sin apurarse, sé que me toca a mí. Pero ellas se demoran: si te bancaste dos horas de incertidumbre, podés aguantar un poquito más. Y uno, mientras, con su miedo y su ansiedad… Yo no. Esta vez no. La próxima.
Me llaman, no como hace un rato, para decirme que no lo encontraban, sino para que pase al consultorio. Una de las profesionales me dice que lo de los análisis cada equis tiempo solo vale si uno tomó todas las pastillas. Si no pudiste, como fue mi caso, se hace uno solo cuando termina el período de ventana. Eso no me lo dijeron la otra vez: es más, recuerdo que la chica de acento cordobés y ojos celestes enfatizó que siguiera con los controles aun si abandonaba la medicación. ¿A qué controles se refería? ¿Por qué habló en plural si hay que hacerse un solo análisis en el caso de no tolerar el cóctel antiviral? (¿Por qué lo pregunto acá y no en el hospital? ¡Ah, porque me acordé cuando estaba volviendo!).
Encima, tuve que contar todo de nuevo porque las minas estas no tenían los papeles donde hicieron las anotaciones las que me atendieron la primera vez. Después, me preguntaron en qué barrio vivo, cuántos años tengo, con quién vivo, qué estudios cursé, si consumo drogas –alcohol incluido–, con cuántas personas cogí en el último año, si eran hombres o mujeres…
¿Cuál es la relevancia de eso? Entiendo que me preguntes si me cuido, hasta entiendo que me preguntes si soy argentino o si vivo en Capital, porque el hospital público porteño tiene un considerable número de usuarios extranjeros y/o que viven en provincia. Pero ¿dónde está lo significativo de saber si trabajo? ¿Y qué entendés por “trabajar”? Eso se lo pregunté. Le dije: “Si es como el censo, una hora la última semana, sí, trabajo”.
Termina el cuestionario, y me pregunta si tengo dudas respecto de las formas de contagio del VIH. Me suena soberbio decirle que no, y le hablo del sexo oral. Ella me confirma que el riesgo es para quien pone la boca. Agrega que es importante cuidarse en toda la relación, y yo le digo que no. Lo primero que digo es “no”. Las palabras se me trabaron toda la entrevista, así que no sé qué más dije (¿que, si no, cuesta arrancar?) ni qué quise decir exactamente (¿que si yo no corro riesgo, y como estamos en un relación donde todos somos adultos consintientes, voy a seguir pidiendo recibir sexo oral sin protección?). Creo que básicamente quería decirles que no… Un no. Uno que simbolice mi rechazo a su forma de atender.
Como estaba tan seguro del resultado, recién ahora caigo en que me dieron el resultado. Pero no logro recordar cómo. No sé cuánto tardó en darme el papel, o si me dio la noticia antes de entregármelo, o antes de que lo leyera. Apenas recuerdo cuando dijo que 0,03 era igual a 0, que era negativo. Creo que dijo “por suerte”, pero no estoy seguro. ¡Tendría que haber llevado el grabador! Pero mi certeza era tan grande que no lo consideré.
Añade algo que no sabía: que incluso en el coito vaginal es conveniente usar lubricante para evitar –o minimizar el riesgo de– que se rompa el forro, y me repite que vuelva en dos o tres meses. No se le ocurre darme ahora la orden con fecha para dentro de dos o tres meses. Y a mí no me sale pedírsela: no puedo salir de mi estilo indirecto, y apenas le digo “voy a tener que comerme otras dos horas”; pero no decodifica mis palabras oblicuas.
Dos horas esa vez y otras dos horas para retirar el resultado… Esas dos horas van a ser más heavies que todos estos meses. Jugando a sostenerle la mirada al destino.

No hay comentarios: