lunes, 21 de febrero de 2011

Se escuchan gritos

Es tan desesperante estar cansada, tener mucho sueño, y no poder dormirse. Porque una se pregunta cómo mierda podrá lograrlo si están dadas las condiciones necesarias y no puede. No hay ruido, no tuve un día de cansancio que me requiriera mucha adrenalina para mantenerme en pie. Y no puedo.
Se hace cada vez más tarde (ergo, me voy a levantar más tarde). Y no puedo.
Cuando puedo, a eso de las seis y algo del domingo, me despierto rápidamente. Gritos lejanos atraviesan el murmullo de la lluvia y punzan, intermitentes, mi sueño, hasta que me despierto por completo.
Es una pareja que discute. Es la pareja esa que suele discutir con una violencia tal que vence la distancia y las medianeras. Ya van varias veces que ocurre, y aún no pude descubrir quiénes son. Del edificio este no son. Seguro. Y del de al lado, tampoco. Me interesó especialmente saber de dónde venía el batifondo una vez que escuché a la mina pedir auxilio a los gritos, pero tuve que resignarme a ser una espectadora lejana e impotente. (Porque posta que si sabia dónde era, llamaba a la cana).
Ahora tenemos función de nuevo. Las dos únicas palabras que distingo las pronuncia ella: “andate” y “auxilio”. Las repite en diferentes tramos de la discusión con un tono que pica más en el desquicio que en el enojo. El resto del tiempo, oigo las voces, la de ella y la de él, pero no puedo descifrar qué dicen pese al volumen con que las profieren.
En un momento, el tono de ella me hace pensar en que quiere calmar los ánimos presa de un miedo concreto. Es una percepción que puede estar deformada por la distancia, la lluvia y mi propia interpretación. Sin embargo, me sonó así, apaciguador; el tono en el que, aun gritando, uno dice algo buscando que la próxima movida del otro sean palabras, las que fueran, porque esa respuesta está a punto de tener otra forma.
Irán como veinte minutos de pelea, y cualquier vecino que sepa dónde es el cachengue ya tuvo tiempo de sobra para llamar a la policía. Pero parece que no, que van a dejar que lo resuelvan ellos mismos. En un momento se oye un chillido de película de terror, y otro más. No sé si fueron dos o tres los alaridos que pegó la mina. Sé que el último sonó distinto, reverberante, y por un momento flasheé con que podía ser en el pasillo de mi edificio. Seguramente fue en un pasillo.
Después, silencio. ¡Zas!, la mató, pensé, minutos más tarde, cuando el silencio persistía y yo trataba de reconciliar el sueño. Esto fue imposible porque a lo lejos, y más baja, sin gritar, solo hablando en voz alta, escucho de nuevo una voz masculina, que identifico con la del tipo este, que no sé si es el marido, el novio, el ex, el que la faja, el que es víctima –por qué no– de las manipulaciones de ella, el que vive con ella, el que vivió con ella…
Dando vueltas en la cama, me surge la inquietud de saber qué pasó, si alguien intervino, si llamaron a la policía. Pero tenía que levantarme si quería averiguarlo, y vestirme, ponerme los lentes, agarrar el paraguas roto, bajar, dar la vuelta a la manzana buscando en cada casa algo que me indicara que era allí… Demasiado lío, y ¿para qué? ¿Para saciar mi curiosidad, para enterarme antes que Crónica de un nuevo femicidio, para ver si había un patrullero y decirle al rati “yo escuché cómo discutían”, para decirle al cronista “discutían todo el tiempo”, para no enterarme de nada…?
Y capaz que era en la manzana de al lado, porque la otra noche la forrita del último piso estaba de joda con sus amigos en el balcón, y a las cuatro de la matina sus voces se oían desde la manzana contigua a la de nuestro edificio. De todos modos, durante la pelea, además de tratar de entender qué decían, pensaba en dónde podía ser, y llegué a la conclusión (no definitiva) de que es en uno de los PHs de la vuelta.
Hoy a la tarde di esa vuelta manzana, y no había un policía de consigna, que es lo que habría ocurrido si hubiera habido un crimen. Lo que sí vi fue un vidrio roto en la puerta de uno de esos PHs. Así que la próxima vez que haya pelea voy a seguir esa pista.
Por fin me dormí, y soñé con el vecino de arriba, hasta que me desperté y el vecino de arriba hablaba en el balcón con su esposa y con su niño. Casi una hora tardé en dormirme de nuevo, y de nuevo me despertó el vecino, abriendo y cerrando las ventanas muchas veces y con mucha fuerza. Inexplicablemente. Inexplicable la fuerza e inexplicable la repetición continua, cinco, seis veces… No sé cuánto pasó antes de que el sueño volviera a acercarse confiado y se espantara con un portazo en el departamento de arriba. Luego sí pudo aposentarse, y al despertar me sentí más o menos descansada. Y decidí levantarme: por esa buena sensación y para que no se hiciera tan tarde. Pero duró un rato nada más, porque pronto me cercaron la fatiga y el sopor, y perdí otro día culpa de mis vecinos de mierda.

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