viernes, 19 de julio de 2013

10 minutos de TV

Cada vez veo menos tele. Mucha compu, todas las cosas que uno se inventa y que allí se canalizan, y, sobre todo, la posibilidad del micromundo que es propicio fabricarse en ese lugar, sin Fariñas ni porteros, aunque Youtube y Twitter sean, a su modo, repetidoras televisivas.
A la hora de comer, sin embargo, el televisor sigue siendo un plato ineludible. Supongo que esta tarde en el Gourmet o en Utilísima habría un cocinero de esos que cantan para ser más simpáticos (o el doctor insoportablemente amigable), que no era la hora de los Simpsons o que pasaban un capítulo que no me gusta, que en TyC había un torneo de atletismo comentado por Bonadeo con el mismo tono suficiente que no cambió en 20 años…
La cosa es que caí en el noticiero de Telefé (ese canal que no es de Telefónica), donde dos periodistas militantes que no cargan con ese mote mostraban una bolsa del pan de diez pesos para convencernos de que se consigue. Y a ese precio. “Ven la etiqueta: 326 gramos, tres pesos con veintiséis centavos”, dijo el tipo, y ambos continuaron con un panegírico de esta decisión del gobierno y una nota en la panadería de enfrente del canal.
A él lo tengo visto de las transmisiones de Fórmula 1, y Google me dice que se llama Adrián Puente. La rubia que lo acompaña es Milva Castellini, una militante por la ley de fertilización asistida, de esas minas tan signadas por sus mandatos que hacen cualquier cosa para ser madre y para que todas “podamos cumplir nuestro sueño”. Estos dos pulcros muñecos con la bolsita en la mano me hicieron acordar a Daniel Hadad, años atrás, comiéndose en cámara, a cambio de una suculenta suma, una hamburguesa de McDonald’s en pleno auge de las denuncias sobre contaminación con bacterias fecales en la comida que vendía esa cadena.
El déjà vu me hizo cambiar de canal, y el zapping me llevó al programa de Rial, donde le hacían una nota a una de sus panelistas, que acababa de recibir el alta luego de unos días internada en terapia intensiva por una afección respiratoria. La demacradísima cara de la chica demoró a mi dedo gordo por un rato: no suelen verse caras así en la tele. Móvil en la casa de la mina, movilero conmovido sosteniéndole la mano, voces quebradas, explicaciones médicas y, de pronto, el agradecimiento de la chica a los medios por “el respeto con que trataron el tema”.
Cualquier imagen del estudio podía mostrarme al agente tercerizado de la SIDE Luis Ventura, el mismo que dos semanas atrás defendía la publicación de las fotos del cadáver de Ángeles Rawson, el mismo que publicó las fotos de un agonizante Javier Portales, los mails de Juan Castro e incontables intromisiones en la privacidad. El mismo que ahora, cuando le toca a una empleada suya, procede con un “respeto” que ella le reconoce.
Se me ocurre pensar qué diría Ventura si se filtraran fotos de sus hijos internados por una nueva sobredosis de estufa, o cuánto pagaría para tener las fotos y publicarlas. O para no publicarlas, para guardarlas esperando una mejor ocasión, como ha dicho que hizo con otras. Pensar en todo esto es demasiado. Basta para mí. Next.
Noticiero, creo que TN. Títulos. “Liberan a la asesina de Las Heras”. La mina esa que, a punto de casarse, mató a una compañera de laburo porque la otra hizo circular un video en el que ella aparecía haciéndole un pete a un tipo que no era su inminente marido.
En el juicio, cuya sentencia fue transmitida en directo por varios canales de televisión, esta mina, Silvia Luna, fue condenada a diez años de prisión. Como de costumbre, esas sentencias terminan siendo para la gilada. La cámara le redujo la pena a cuatro años y medio, y, como ya cumplió la parte correspondiente de la pena, está de nuevo entre nosotros.
Pienso, entonces, cuánto me gustaría ver a una feminista (a una sola) indignada por la liberación de Silvia Luna, cuánto me gustaría ver a Florencia Etcheves o a otra mina similar diciendo “Silvia Luna, la femicida de Las Heras”.
En cambio, veo –leo– las declaraciones de Luna explicando los hechos: “Me quedé sin novio, sin vestido blanco para estrenar, con los anillos en el ropero, me quedé sin mi trabajo, me quedé sin estudio, me quedé sin nada”. Ella se quedó sin un montón de cosas; la otra mina, en cambio, se quedó, apenas, sin una sola cosa: sin la vida. Pero eso no importa mucho, parece. Capaz que si la mataba el marido, sí. No sé.

1 comentario:

Srita. Eter dijo...

El tatuaje más probable que podría hacerme, pienso, no es NSLG, sino "No procrearás".

A diferencia del otro, lo haría sin temor de quedar pegado a esa consigna, y, más bien, como militante de esa idea: jamás le daré la muerte (ni la agonía) a nadie.