viernes, 8 de junio de 2018

Rafeef Ziadah habla de mí

No. No dice Olga. Tampoco habla de los poemas suyos que traduje, varios de los cuales carecían de una versión en español. No me nombra y seguramente ni sabe que existo. Habla de mí de otro modo.
El algoritmo de Youtube ya sabe quién soy y me sugiere un video suyo bastante viejo, subido en 2014. Me sorprende no conocerlo porque tengo vistos casi todos sus videos, y varias veces; tantas que ya sé los momentos en que suelen explotar las ovaciones que la interrumpen brevemente o cuándo cambia algún fragmento del texto, ya sea adrede o llevada por el fragor de la performance. Lo veo y allí es donde habla de mí.
Recita un poema, y luego otro y finalmente un tercero. En el segundo, que se llama "Sieges", del cual hay una vieja versión en vivo y una flamante, de la presentación del segundo disco, agrega unos versos al final, que no están en las otras dos versiones. Allí es donde habla de mí.
Dice, hablándole a un soldado del ejército ocupante, que ella, en honor a sus ancestros, va a recitar el nombre del primer poblado destruido por los israelíes, y que va a recitar el nombre del último poblado destruido por los israelíes, y el de los quinientos que destruyeron en medio, y que los va a repetir una y otra y otra vez, "hasta que te encuentre en la costa Haifa, libre". Allí es donde habla de mí.
(Agrego, en una triste digresión, que Rafeef deberá sumar uno más: la Corte Suprema del país más moral del mundo falló que es lícito demoler Khan al-Ahmar, una aldea beduina en los territorios palestinos ocupados por la entidad sionista en 1967).
En esa repetición incesante de la mención del dolor como camino, no excluyente y tal vez no muy efectivo, de liberación habla de mí. De este blog. En eso me reconozco. Eso soy yo. O eso es una excusa eficaz que encontré para justificar mi interminable repetición.
Como cada vez que nos encontramos con algo que de modo inesperado y revelador habla de nosotros, quedé con la boca abierta de asombro y los ojos, cada vez más mojados, fijos en la pantalla; con el dedo atento para deslizar el cursor y volver a verlo, y con la cabeza aturdida y con todo el cuerpo tratando de procesar esas palabras y lo que conllevan. Y con las ganas de decírselo a alguien, casi como una manera de confirmar que en verdad eso estaba sucediendo.
No sé si la afirmación de Rafeef sobre ese futuro encuentro en Haifa es una íntima certeza, una expresión de deseos, una invocación a la ley de atracción, palabras dichas por si el decir crea o un acto político. De cualquier modo, se trata de una cuestión de siglos, y, aunque no sea esta generación ni la otra ni la próxima, los palestinos se mojarán los pies en las aguas de Haifa. Y en las de Akka, y en las de Yaffa…
Yo, en cambio, tengo esta sola vida, que está en su segunda mitad, tal vez en su último tercio, quizá en su última década, y no me imagino esa liberación. No puedo imaginármela en medio del laberinto de los años (*), que se reproduce a sí mismo, al igual que el del silencio (y no hablo esta vez de los vecinos gritones que madrugan y pisan fuerte, de los aires acondicionados ni de las murgas, aunque también son un lugar del que no logro salir). No puedo imaginármela porque cada vez es más improbable que suceda lo que nunca sucedió, porque ni siquiera puedo contar con un cuerpo que me responda, porque el lapidario dictamen de los que me maltrataron parece haberse transformado en designio.
Y por mi incapacidad para superar la velocidad del propio sonido, es decir, lo que dicen mis palabras las pocas veces que puedo decirlas, que en el momento de pasar a la acción y dejar de ser un discurso ensayado hasta la asimilación revelan lo que hay detrás de ellas: aire.
Como no puedo hablar de tanto dolor constituyente porque no suelo tener con quién hablar y porque, si tuviera, hacerlo sería tan espantagente que no daría (y aunque no hable, igual se nota, subyace, se percibe y a veces escapa en ráfagas de freakez), al menos en este blog voy a seguir repitiendo una y otra y otra vez los nombres del dolor. No exclusivamente, pero voy a seguir repitiéndolos, aunque una lectora deje un comentario y me llame obsesiv@, para, si no ayuda a la liberación, ... No sé para qué. Hace una semana que llegué hasta este punto y no sé cómo seguir. ¿Para sostener la inercia de la no muerte? ¿Para no reventar, como dijo alguien a quien conocí acá? Para releerlo y acordarme de que algo pasó, de que nada de esto es porque sí, tal vez.

(*) "A people (…) who were thrown into the mazes of years" dice, refiriéndose a su pueblo, un verso de Kamal Nasser, poeta palestino y vocero de la OLP asesinado en Beirut por las fuerzas impunes de Israel en 1973. Luego de matarlo a balazos en su departamento, los integrantes del comando dejaron una suerte de mensaje en/con el cadáver: le pegaron varios tiros en la boca.

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