viernes, 14 de diciembre de 2018

Cumpleaños

Planificando respuestas plausibles para una conversación hipotética, porque ni en pedo admitiría con esa interlocutora que nunca hago nada para mis cumpleaños, mucho menos explicándole las razones (básicamente, que no hay nadie, y, luego, que a nadie le parece significativo, que cuando sucedió fue al pedo, que es más importante compartir en Facebook una noticia sobre las luchas populares que escribirme), se me ocurre decir que viste cómo es cumplir en estas fechas. Vos cumplís en octubre, tu cumple cae en martes, y te reunís con tus amigas el viernes o el sábado. O con tu familia un día y tus amigas el otro. O con tu novio. (No, a él no lo voy a mencionar). Yo quiero hacer eso y ya es 24. O 25. O 31. O justo tienen una de esas típicas reuniones para despedir el año.
Entonces –mentiré–, si alguien se acuerda y llama y tiene tiempo y ganas de verme, nos vemos. Si no, no. Mejor, desviar la charla hacia el tema regalos, porque eso también tiene sus contras, pero suenan más divertidas: salvo mi familia más directa, nunca recibí doble regalo, por cumpleaños y por nochebuena. En uno solo se condensaba toda la munificencia.
Podría agregar un par de anécdotas sobre mis cumpleaños. (Y omitir que pronto empecé a detestar ir a los cumpleaños de mis compañeritos de colegio, al punto que me transformé en the freak que no iba a los cumpleaños, y ya en cuarto grado ni se gastaban en invitarme. Suerte que no hay testimonio del momento en que madre e hijo decidían las invitaciones y decían "no, a fulano no, si nunca va", aunque alguna vez oí a alguno decir que mis padres no me dejaban ir… y NO. Era yo quien no quería ir a esos lugares donde era imposible encajar. Si me resultaba imposible hacerlo en un lugar estructurado, como el colegio, imaginate fuera de él… En especial, si los recuerdos que perviven son los de algún llanto porque no quería que mi madre se fuera, el de mi inhabilidad e incluso mi desconocimiento a la hora de jugar, o lo absurdo de esa vez que, buscando la calle Elía, donde vivía el cumpleañero, terminamos en Valentín Alsina cuando era en Parque Patricios).
La del mago vestido de payaso que hizo el truco de la guillotina en una zanahoria y, cuando iba a repetirlo en la mano de su asistente, yo me fui del patio corriendo y llorando. O la de Vera, el fantasma de amante de mi padre, y cómo agitaron su nombre mi madre y su madre para que yo hiciera un cumpleaños cuando ya no quería más de eso, porque "si no, tu padre va a ir a verse con Vera". Con todo, no recuerdo la presencia de mi padre esa tarde en mi cumpleaños.
O una que aparece como consecuencia de la activación neuronal, la del revólver de cebita que me regaló el hijo de un amigo de mi padre, que en aquel tiempo tendría veintipico. Al segundo tiro, ya estaba yo otra vez llorando, refugiado en la habitación de mis padres. Porque parece que desde mi temprana niñez –desde esa vez o desde cuando me llevaron al autódromo en el 122 a ver la Fórmula 1 y no soporté el bramar de los motores Cosworth– siempre tuve la tolerancia al ruido de un autista.
¡Me olvidaba!, aunque lo conté acá, del cumpleaños en que me regalaron una armónica y al ratito mi madre o mi padre, no sé quién, mandaron un comando, una amiga de ella, para que me sacara la armónica y la escondieran por años fuera de mi alcance.
Es sorprendente: siempre tuve esos recuerdos, pero nunca los había puesto juntos, nunca me di cuenta de (saco cuentas: el de 10 seguro que no festejé, ese de Vera fue el de 9 o el de 11) que tengo una memoria, aunque sea vaga y sostenida por diapositivas, de siete u ocho cumpleaños, y en cuatro de ellos pasaron cosas que fueron una cagada.
La hipotética conversación, si se da –y para darse debe suceder en el día exacto–, tal vez permita darle uso a esta frase prefabricada: "¿Te puedo pedir algo? ¿Me decís 'feliz cumpleaños'?". O tal vez no. Si me acuerdo de algún llamado que ¡hace veinte años! recibió el casete del contestador, si me acuerdo de que se reveló puro bullshit extemporáneo, seguramente no.
(Estábamos en al auto de A., acá en la esquina, porque no vinimos a casa ni fuimos a tomar nada. Me trajeron, seguro que no casualmente, del acto de fin de curso del colegio y nos quedamos charlando en el 147 un rato con ella y con S., ya que, para variar, mi escasa sociabilidad iba contracorriente: hablaba con las docentes y no con los compañeros. Y como tres veces en el devenir de la charla pasé el aviso de que "mañana cumplo años". La gorda obvio que no llamó. La otra, tan hábil para detectar vulnerabilidades, sí. Dejó ese mensaje cuya vida útil estiré escuchándolo tantas veces y hasta rescatándolo gracias al doble casetera, pero que no era más que un acto social, o un paso en su plan, y pronto se convirtió en un amargo recordatorio de la imposibilidad de cruzar las distancias con gestos como ese).
Quizá me quede con alguna cosa espontánea que suceda en esa hipotética charla, aun sin mencionar la fecha. (Seguramente será lo mejor no mencionarla, hacer como siempre y no darles entidad a esas construcciones sociales ni usarlas para salir de la dinámica habitual, de lejana y limitada cercanía, y tratar de acceder a un lugar imposible, porque lo único posible a través de ellas es una comunicación que tiene la misma consistencia y fecha de vencimiento de los brotes de soja). O quizá me quede sin nada. Como si no existiera. Como suele suceder. No es tan grave, supongo.

7 comentarios:

Germán dijo...

A veces quiero suponer que no es tan grave, no. Nada lo es.
Hace añares que no festejo mi cumpleaños, un poco más de lo que no celebro fin de año: ese día me voy a la cama temprano, como casi todos los demás días, para no desvelarme en el desvelo (para hacerlo -al menos- tolerable; ordenado). Tampoco recuerdo muchos de los que sí se "festejaron". Me viene a la mente uno solo, de adulto, ¿tal vez porque haya sido el último que "festejé"? Vivía en Munro, cuando la casa todavía se sentía "linda" (cuando la fábrica de la esquina todavía no había comenzado a largar ese tufo medicamentoso las 24 horas de los siete días de la semana; cuando aun no había intentado entender el asunto y hacérselo entender al municipio y a los vecinos, porque así no se podía vivir; antes de que, en definitiva, comprendiera que a nadie le importaba mucho). Como los cumpleaños de uno. Las voces se van apagando. Quedan encendidas todavía algunas salutaciones que llegan por escrito, en palabras que, para irse, ni siquiera precisan del soplo de un viento exangüe. La virtualidad que nos cobija en su desamparo hace apócrifa toda demostración de cariño que "sucede" en su reino.
A pesar de todo, en una parte recóndita de mí, sigue viente la relativa importancia de esa fecha (la del natalicio). Tal vez como unidad de medida del desinterés que uno ha cosechado (¿quién sembró?, me pregunto y no hallo respuesta; nunca hallo respuestas). Saludo a gente en su cumpleaños, gente a la que uno volvió a acercarse poniéndole voluntad (porque el tiempo se achica y la soledad se expande). Luego llega el de uno, y el silencio es atronador.
El silencio es la violencia más aguda de todas.
Saludos.

y. O. dijo...

Lo importante no ese día, lo importante son los demás, en los que tampoco hay señales. Mirar ese día con tanta fijeza es la última posibilidad a la que nos aferramos, pero las convenciones sociales no nos van a regalar ni siquiera esas palabras extemporáneas.

Y sí, yo también a veces me pregunto qué hice mal, dónde, cuándo, para llegar acá. Y no, tampoco encuentro respuesta: ¿una línea de código fallada, una fisura en la energía (eso lo dijo la médica), algo borrado de la memoria y pasible de ser recuperado con "hipnosis reparadora" (ídem)?
También me pregunto para qué me lo pregunto. Y no, tampoco...


Mejor cortar la línea familiar acá y no permitirle al sucesivo deterioro generacional del ADN que le joda la vida aún más seriamente a la posible descendencia.
Aparte, eso de darle la muerte a alguien (porque no "damos la vida", damos la muerte. Y la agonía) no me parece muy feliz.

Todas excusas para no decir que ¿con quién hubiera sido posible...?
Todo para no decir que el tiempo se achica -uh, eso lo dijo alguien...- y cada vez son más las certezas sobre las cosas que no seremos, que no serán.


El 24, el 31, ni siquiera se puede dormir temprano acá, cortesía de todos los boludos con pirotecnia.
Siempre fantaseo con comprarme un auto solo para irme esos días al medio de alguna ruta donde no se escuche nada.

Ah, el show ese de calle Corrientes, ese choreo de setecientos mangos la entrada, se suspendió sigilosamente. Misterios del rock.

Saludos.

Germán dijo...

Tal vez ESE día sea el recordatorio de que el resto del año tampoco hay señales.

Algunas muy pocas veces dejo de preguntarme qué hice mal y me pregunto si los demás se preguntarán lo mismo. Si verdaderamente la gente "adaptada" es tal, y/o se siente "adaptada". Todo el tiempo. 24x7. Y ahí, por lo general, desemboco en la idea de que no tiene sentido. Un buen día, y de eso sí no quedan dudas, todos seremos olvido. Devorados por la nada, cada uno; no sólo el que espera ESA fecha del calendario para recordarse que sucedió la misma cosa todo el año.

¿Bajas ventas? A veces toda cancelación se explica de ese modo.

El problema de irse para huir de los petardos es algo que puede salir mal. Peor el remedio que la enfermedad. Yo ya estoy aterrado. El hibérico es un católico petardista. Un verdadero espanto.

Saludos.

y.O. dijo...

Tal vez ese día y todos los demás sean un continuum tan inquebrantable como esas preguntas sin respuestas.

Llamativo si fueron bajas ventas porque hace un mes llenó en otro lugar.

El problema de mudarse de un lugar invivible es algo que puede salir mal. Otro lugar invivible y sin la (última) esperanza en la que creía. Tal vez por eso acepto que se vaya postergando, para que quede cada vez menos tiempo de vida por vivir luego de comprobar este nuevo, inminente fracaso.

Qué optimista este intercambio, jajajajaja.

Germán dijo...

Es que es así. Yo estoy inconforme con el nuevo lugar donde vivo, están muy claros los problemas. Pero al venir de fracaso en fracaso (o al saber que no es fácil conseguir un lugar tranquilo cuando estás condenado a tener vecinos), no querría cambiar -una vez más- problema viejo por problema nuevo. Entonces, me agarro de los aspectos que, ciertamente, podrían ser peores en un nuevo nuevo lugar. El proceso es agotador, por supuesto. Y la gente, siempre la misma (en el peor de los sentidos).

Llenó otro lugar hace poco. Eso podría leerse en sentidos opuestos. Sobre todo si las entradas son caras.

Anónimo dijo...

No hubo charla ese día ni ninguna de las cosas previstas, tal para demostrar la inutilidad de tanta previsión.
Apenas un encuentro la semana previa y un aviso breve, unas palabras dichas como al pasar, "tal día es mi cumpleaños"
Y, lo importante, lo que vengo a decir acá, para no decir únicamente las malas, para decir las buenas cuando suceden, aunque sean breves: se acordó y mandó mail diciendo "feliz cumpleaños".
Y yo le respondí: "Sos una genia". Y me contuve de adjuntar el emoticón de un corazón.
Gracias, rubia.

pasivo-agresiva dijo...


Llegue a través de tu respuesta a mi posteo cumpleañero de hace un año. Hace más de dos que no veía los comentarios.
No te voy a decir cursilerías sobre estas fechas si ya sabemos todes que son una mierda. Te voy a decir que la verdana no me deja terminar de leer tus textos... me cansa los ojitos y te juro que no puedo. O no es verdana y estoy canchereando... igual me cansa los ojitos porque las letras son gordas y con poco interlineado y me pierdo en qué línea iba cuando paso al otro renglón. Re ortiva