viernes, 18 de diciembre de 2020

Últimos jazmines de la temporada

Es una casa ochentosa cerca del parque. Abandonada, tapiada, aguarda su destino irrevocable de edificio con paredes de papel. Soy yo una noche, volviendo de correr, tomando un camino nuevo y atravesando un vapor de jazmines.
Soy yo una tarde, yendo especialmente a oler esos jazmines y descubriendo que se aprovechan de los cables para llegar al árbol de la vereda, que trepan hasta el balcón desmantelado del primer piso o hasta el tanque de agua de la casa de al lado. Soy yo otra tarde, viendo cómo caen, con un movimiento rectilíneo uniforme de una velocidad que me recuerda la de los tipos que se tiraban de las torres gemelas para no morir quemados. Alfombran la vereda de un tenue color marrón, casi invisible frente al lila de las flores del jacarandá, y avisan que el tiempo no para.
Soy yo esta noche de llovizna, yendo una vez más, pero mañana es diciembre, y, pese a que se ven algunos en la penumbra, no huelen abrumadoramente embriagadores. Soy yo con vergüenza de invitarte a oler esos jazmines, que están cerca de tu casa, aunque me apremia saber que si no es ahora, quizá no sea nunca.
Entonces soy yo mandándote un mail con el mapa del lugar para que "si te gustan los jazmines, vayas sola o con quien quieras" (mi manera de referirme a tu novio sin escribir esa palabra), diciendo apenas lo que representan para mí, mencionando levemente mis cuestiones de salud, omitiendo lo que significaría ir con vos, en general siempre y más ahora, que podría ser una despedida.
Sos vos no respondiendo el mail, ni los tres anteriores. Son los últimos jazmines de la temporada, que se van sin que haya podido compartirlos con nadie. Otro año más.

1 comentario:

y.O. dijo...

Siempre en silencio.
Siempre el silencio.
La recorrida vana por los lugares de la web agota su trayecto cada vez más pequeño (siguen cerrando sitios donde uno puso palabras y energía), y ya podríamos pasar al día siguiente.

Hace 29 años empezaba mi cumpleaños en un 112, altura Parque Centenario, y en el estéreo del chofer sonaba "Sultans of swing", la mejor canción de la historia del rock and roll, o casi. Al año siguiente ya me había comprado el CD, y por varios años a las doce de la noche ponía ese tema.
Después la compactera se rompió y nunca la arreglé.
Me acordaba el otro día, en la misma calle, cuando escuchaba a la banda que hacer covers de los Skatalites y el viento fresco del verano se llevaba la música, y la última luz del día, y yo simulaba esperar a alguien. Era la banda de sonido de lo que no sucede ni sucederá, ni sucedió en todo este tiempo. Porque siempre es ir caminando sin compañía y volver caminando sin compañía, elegir si pasar o no por el bar de Ambrosetti para mirar la mesa a la cual me senté una noche con una persona que me trató bien (esa misma persona a la que le escribí el otro día y dijo que no se acordaba de mí), y nada más.

El único regalo que me hice fue decirle lo que pienso al psicopateador de la clínica de obra para quien mis poemas se parecen a una lista de supermercado. Me guardé el mail hasta ese día no sé para qué, bueno, sí, porque sabía cómo venía el día, para existir ese día.

Cosas así.