miércoles, 10 de marzo de 2021

Los que piden

Tengo identificadas algunas esquinas donde suelo encontrar monedas en el suelo, seguramente descartadas por malabaristas, trapitos o mendicantes rasos. En una época eran casi siempre monedas chiquitas, de diez y de cinco centavos; pero últimamente encuentro muchas de veinticinco y de cincuenta. Algo pasa con esas monedas porque en un par de negocios vi carteles donde decía que ellos sí las aceptaban, permitiendo inferir que en otros lugares ya no las reciben.
Hasta antes de la cuarentena, en Coto aceptaban las de diez y las de cinco, de las cuales tenía un montón, y fui bajando lentamente hasta que me quedaron tres pesos y pico. Y mejor que sigan aceptando las de cincuenta y las de veinticinco, porque tengo como cien mangos ahí, y los chinos que compran monedas solo compran las de uno y las de dos pesos.
De uno de esos lugares puedo mencionar la dirección porque hace un tiempo que no encuentro nada allí: es la esquina de Alberti y Moreno. Una vez pasé, vi monedas en la calzada, o junto al cordón de la vereda, y las levanté. La próxima vez que pasé, volví a encontrar monedas y volví a levantarlas. Y guardé en mi memoria las coordenadas. Y cada vez que andaba cerca, que no eran muchas, me pegaba un desvío para ver si encontraba algo.
Una de esas veces, un domingo a la tarde, venía por Alberti y desde lejos vi a un par de lúmpenes sentados en un umbral, tal vez con la caja del escabio a mano. Decidí bajar a la calzada antes de llegar a su campo visual, y activé mi escáner ocular, que pronto detectó un par de círculos dorados en el asfalto. Acercándome a las monedas, calculando el momento y la distancia para agacharme a recogerlas, veo que un viejo sale del negocio de enfrente y lentamente cruza la calle en dirección a los lúmpenes. Me fijo que no venga ningún auto y, a la carrera, para no entrar en el radar de los homínidos estos, las levanto sin hacer un screening exhaustivo que me permitiera, tal vez, encontrar otras.
Ya estoy en la vereda de enfrente cuando el líder me grita que las monedas se le cayeron al viejo. Usa la palabra “viejo” con el viejo al lado de ellos. Claramente es mentira, claramente vi las monedas en la calle antes de que el tipo cruzara. Pero el líder ejerce su liderazgo inventando una realidad para imponerla. Para imponerse. No tengo energía para hablar en voz fuerte, no tengo confianza en mi voz como para que cruce la calle y venza el ruido de algún colectivo que pasa. Y aunque pronuncio la palabra “no”, la reafirmo haciendo el gesto con mi dedo índice mientras sigo caminando, ya a punto de cruzar Moreno.
Estoy en la vereda siguiente cuando el sorete grita algo. Algo que no recuerdo, algo que reaparece en una anotación: “¿Tan rata sos?”. Yo le contesto algo que tampoco recuerdo y que no sobrevive en ningún borrador, y me quedo con la satisfacción de tener la última palabra. Él seguramente comentará algo con los suyos y se quedará con la última palabra delante su séquito.
Nunca los volví a ver cuando pasé por ahí. Y supongo que su ausencia tiene directa relación con que no haya más monedas tiradas. De corazón deseo que se haya muerto. De covid, de sida o de un facazo en su hábitat natural, Devoto, al fracasar en otro de sus intentos de construir realidades.
Estas larvas no quieren plata, no piden por necesidad económica: piden para sacarte algo, para tener ese poder. Como el desdentado que hace un par de años me pidió “un traguito” de mi botella de agua cuando yo iba muy temprano a correr lejos, y le di la botella directamente, porque ni en pedo iba a apoyar mi boca en un lugar donde él hubiera apoyado la suya. (A la vuelta, cortesía de ese sorete y su pedido, llegué a casa al borde de la deshidratación).
O para laburarte la culpa, como el que hace unas tardes tocaba timbres por el barrio pidiendo ropa. Venía yo de correr con la remera empapada de sudor cuando pasé por esa calle, por el edificio donde el chabón tocaba timbres. Y me habla para pedirme. Le digo que vengo de correr, que no vivo cerca, que no tengo nada encima, todo lo cual era verdad. El tipo insiste, varias veces, hasta que le digo “¿Qué querés?, ¿que te dé la remera que tengo puesta?”. Ahí, o pocas palabras después, cortó el diálogo con un gesto de fastidio y volvió a apretar botones del portero eléctrico.
Es curioso: los que piden porque supuestamente necesitan desechan las monedas, y los que no pedimos rescatamos esas monedas. Y cuando yo pido, no monedas o ropa, sino alguna palabra, no me la dan. Ni siquiera las (pocas) personas que me conocen, que se preocupan por la gente y van a marchas y votan al FIT o a AyL; pero no me dan nada, ni siquiera una explicación o una noticia de por qué el silencio. Así que tan mal no debe estar no dar.

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