miércoles, 10 de marzo de 2021

Distanciamiento preventivo

El otro día fui a Parque Centenario a ver una banda que descubrí de pedo hace un tiempo. Tocan a la gorra todos los fines de semana, y, aunque no son nada respetuosos de los horarios que anuncian en su Instagram, lo cual redunda en que la mayoría de las veces que fui a verlos me volví sin encontrarlos, esta vez los agarré. Empezados, porque salí con tiempo de casa, pero parece que caminé muy lento, ya que en cierto punto de Díaz Vélez se habían hecho siete y veinte, y me faltaban como diez cuadras.
Los pibes tocaban en la entrada al parque donde está el mástil. Parte del (escaso) público se acomodó frente a ellos, algunos sentados en los escalones, otros de pie. Pero estaban quienes decidieron quedarse en la vereda, super transitada por runners, gente con chicos, con perros, etc. Me dio un poco de vergüenza ponerme en la primera fila, aunque llevé diez pesos para dejar en la gorra, y en un momento quedé demasiado atrás, con varias personas tapándome la visual. Entonces encaré hacia el límite de la vereda para tener una mejor ubicación.
Una piba rubia teñida de piel blanca que en ciertos sectores había virado al color camarón estaba cerca y era la más notable del público porque bailaba como empepada con su guitarra enfundada en la espalda y su tapabocas verde abortero. Al verme, inmediatamente se alejó y se ubicó a tres o cuatro metros, cerca de donde estaba yo antes, pero con vista despejada a los músicos.
¿Tengo olor a homeless? ¿Tengo olor a alcohol o a faso?
No.
Simplemente fue un distanciamiento preventivo. Evolución del aislamiento preventivo al que me someten todos todo el tiempo.
No era especialmente atractiva, así que ni podía sospecharse que mi acercamiento tuviese que ver con eso. Tampoco puede decirse que la haya mirado mucho, que se me haya escapado la mirada (porque ya sabemos que mi mirada molesta) como tal vez habría sucedido si no llevara barbijo, permitiéndome así recordar el contorno de una cara.
Pleno Parque Centenario, todavía es de día, hay un montón de gente alrededor, y hacés eso… O sos otra integrante de esta generación de empoderadas miedosas o sos una prejuiciosa de mierda más pendiente de maltratar que de escuchar música, buscando encontrar cualquier ocasión que se pueda convertir en propicia para demostrar tu poder y humillar.
Otra gente que conozco lo hace en otros lugares de otras maneras: no respondiendo los mails, despachándome en siete minutos los médicos, ignorándome sine díe (¿nunca te acordaste de mí y te pintaron ganas de saber cómo estaba?, ¿nunca soñaste conmigo?), cortando quirúrgicamente la comunicación cuando termina el dinero que pagué por ella, o maltratándome el segundo que me tuvieron cerca, como todas las forras desconocidas que se regodearon en eso, a cuya lista se suma esta infeliz.
A cuya lista se sumó noches después la piba bien empilchada, con barbijo al tono y bolsita con regalo, que caminaba en sentido contrario al mío cerca de casa y que sin duda iba a alguna reunión. Cuando me vio sin la tela en la cara, se alejó notoriamente de mí, casi al punto de hacer equilibrio en el cordón de la vereda para poner toda la distancia posible y para que fuese evidente que ponía toda esa distancia. (Porque seguro que en la reunión a la que ibas todos usaban barbijo, ¿no, forra?).
Ni da desearte que te violen cuatro taxistas o que te contagien el virus que vino de China. Aparte, ya sé que cualquier excusa es buena para alejarse de mí.

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