miércoles, 1 de diciembre de 2021

Todos chorros

Algún día de este verano que pasó, con restricciones aún vigentes, tuve que ver a una profesional de la salud que atiende en el conurbano profundo. En ausencia de teléfono con aplicación control.ar, le pedí una foto de un papel que dijera que tenía que verla para presentarlo en los diversos checkpoints charlie que preveía cruzar en el camino.
Le hice gastar tiempo y tinta al pedo, yo gasté tiempo y tinta de la impresora al pedo. Nadie me pidió nada, ni en el subte ni en el bondi ni en el tren ni en ningún lado.
La cosa es que fui, llegué, la vi, volví, y al bajar del tren apoyé la Sube en el lector para que se abriera el molinete y me reacreditara la diferencia entre el precio máximo, que es lo que te cobra cuando entrás a la estación, y el precio real del viaje. Nunca entendí cómo ninguna organización de consumidores jamás se quejó de que por default te cobren el máximo. Es como entrar al supermercado, que te descuenten el límite de la tarjeta y que luego, al pasar por la caja, te reacrediten la diferencia entre ese monto y lo que gastaste.
La cosa es que salgo del andén de Retiro, encaramos los molinetes, la persona que camina delante de mí ejecuta el procedimiento y se va. Atrás vengo yo, que apoyo la tarjeta, empujo el molinete y paso. Y me voy caminando a tomar el subte. Como no veo bien de cerca –y, sobre todo, porque el molinete se abrió–, no me di cuenta de que no me había reacreditado la diferencia. Recién me enteré días más tarde, revisando el resumen en la página web de la Sube.
Entonces empecé a buscar dónde podía hacer el reclamo para que me devolvieran la plata. En el teléfono de la Sube me dijeron que no era asunto de ellos, que debía comunicarme con el centro de atención al pasajero de la estación. Averiguo cómo contactarme y les mando un email donde les cuento la situación, les adjunto imagen del resumen de la tarjeta con el horario en que tomé el tren –el cual muestra que es imposible que haya hecho un viaje de precio máximo en ese lapso–, les digo a qué hora y en qué andén me bajé, les cuento hasta el color de la remera que tenía puesta, para que me identificaran en las imágenes que graban las decenas de cámaras que hay en la estación para brindarnos seguridad…
Pasaron días y semanas sin que me respondieran, y un día me calenté de nuevo con el asunto y llamé a la CNRT. Ahí me dijeron que debía llamar a Trenes Argentinos. En Trenes Argentinos me atendió una chica muy amable que, con cierto dejo militante, me señaló algo en lo que yo no había reparado en ese momento: el Belgrano Norte no está en la órbita de TA, es privado. Los de la CNRT parecen no estar al tanto de quiénes son los prestadores de los servicios…
Casi un mes más tarde, recibo la respuesta de Ferrovías. Me dicen “jodete”. O casi. Textualmente dicen que “los molinetes se encontraban habilitados y operativos” y “no podemos acceder a los movimientos de la tarjeta Sube”. Esencialmente dicen “jodete, no te vamos a devolver la plata”.
El lector de la estación no te reintegra los cuatro pesos y te cobra el viaje completo, en los kioscos te cobran diez pesos para cargar el teléfono, también te cobran para cargar la Sube y no te aceptan las monedas de 50 ni de 25 centavos… 40% (dibujado) de pobres, llegás literalmente con las últimas monedas, pero no te las aceptan. Tu plata (mi plata) no vale.
Más todavía: si querés cargar la Sube en una estación de subte, o no hay boletero y tenés que usar la máquina, con lo cual no podés hacer una carga de monto pequeño, o, si hay boletero, no te aceptan las monedas de curso legal. Si querés cargar el teléfono donde no cobran recargo, tenés que cargar cien pesos como mínimo. Si tratás de quejarte en los lugares correspondientes, no te dan bola… En el depósito siempre me redondean en contra cuando vendo cosas viejas, el banco me cobra diez veces más que los dos pesos que me da por mes si uso un cajero que no es el de mi sucursal, la carga del teléfono se agota antes de que pueda usarla por completo. Todo así, todo un pequeño pero constante choreo.
Últimamente, hubo otro despojo de esta índole, con la total complicidad estatal. El día de las elecciones no se cobraba boleto de colectivo por decisión del gobierno nacional, que llegó a un acuerdo con las empresas para tal fin. Entonces, aproveché para viajar un poco, y noté que muchísima gente no sabía que ese día se viajaba gratis. En general, los choferes les avisaban. En general. 
Los de la empresa DOTA, que tiene cuarenta y cinco líneas en Capital (que tiene exactamente un tercio de las líneas que circulan por Capital), no solo no decían nada, sino que marcaban boleto y cobraban igual. A mí no, porque yo sabía y me mandaba con una solvencia apoyada en la frase “hoy se viaja gratis, ¿no?”, pero los que no sabían les daban su plata a estos ladrones (aparte de la que les dio el Estado para compensar el día). La complicidad estatal está dada porque el “señor Sube” sabe perfectamente qué colectivos de qué líneas cobraron boleto un día que no debían hacerlo. Lo sabe y no hizo nada. 
Así, me cago en la CNRT, en la Sube y en Ferrovías, y en los kioskeros, y en todos los que nos cagan y nos roban de a poco unos pesos, que, como valen nada, no importan.

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