domingo, 19 de marzo de 2023

La poesía, un ámbito de inclusión

La militante del Procreauto que lee el comentario que dejé en su blog (favorable, porque me gustaron algunos de sus poemas) y, antes o después de pasar por el mío –las estadísticas me dicen que pasó–, decide no publicarlo.
La psicóloga y escritora que vive de ejercer su profesión y su oficio, y da talleres y clínicas, y publica libros, el 1 de mayo postea que trabajar le seca el alma. Me alegra no haberte secado el alma pagándote para hacer clínica con vos. Igual, mucho interés no demostraste, ni siquiera respondiste lo que te pregunté.
La abogada y escritora premiada que decide no publicarme en su blog porque no uso mi nombre del documento. Como abogada, debería saber que eso se encuadra dentro del delito de discriminación (ley 23.592, art. 1°).
La emprendedora que corta el diálogo con cuatro palabras solas (“un gusto conocerte, chau”) cuando, ante su insistencia, le ratifico que no le voy a pagar por más de las cinco devoluciones que ya le pagué. Pero que sigue llenándome de spam con avisos de sus talleres y actividades, a uno por semana.
El croto que tiene la dirección de mail en su blog y no responde cuando le escribo diciéndole “Fulano me recomendó tu nombre para hacer clínica de obra”. Y recién contesta cuatro meses después, un mail dirigido a múltiples destinatarios avisando de su taller –pero no clínica–, en el cual practica la discriminación por edad y deja explícitamente afuera a los mayores de 35 años (pero ojo, es muy inclusivo y dice: “Nadie con ganas de hacer el taller puede quedar afuera por una cuestión de plata”. Por plata no, por edad sí).
La que sigue a 1522 y es seguida por 1525, con la cual tenemos seguidores y seguidos en común, a la cual sigo desde hace tiempo, y que –lo descubro cuando miro su feed porque vi un anuncio de sus talleres y clínicas– no me sigue.
La que sigue a 2225 y es seguida por 2232, con la cual… etcétera, a la que le dejo un comentario en un posteo, el cual likea. Pero no me sigue, ni antes ni después del like.
La ignota que se gana un lugar en mi consideración a fuerza de publicar avisos en Facebook, y que, cuando quiero seguirla en Instagram, y le mando solicitud, porque lo tiene privado, me rechaza.
La aún más ignota que se armó un Cafecito para que le paguen a la gorra a cambio de que ella lea, revise, etc., los textos que le manden, y que dos tuits más abajo de donde pone el aviso escribe que “hay que encontrar una forma de sacarle dinero a los onvres por estúpidos pero que no implique only fans o sacarse la ropa” y “Todos los que me parecen tarados son hombres”.
Cada una de las forras –media docena– que me rechazaron la solicitud en IG.
El escritor premiado y subsidiado, puto resentido del interior del interior, que se regodea en maltratar desde atrás de un teclado a quienes hacen talleres y clínicas con él, a los cuales les cobra más del doble de lo que, por ejemplo, cobra Litvinova, y, de paso, compara a los participantes con insectos u otros animales, o nuestros textos con listas de supermercado, con basura o con la nada misma; denigra lo que leemos, lo que escribimos y lo que decimos en el taller, nos enrostra que para darnos lugar dejó afuera a otros postulantes, y, como buen manipulador, termina victimizándose. (Ojalá el sida se encargue de vos).
La entrevistada por un diario que se vanagloria de preguntarles a quienes quieren ingresar a sus talleres “qué lecturas tienen, qué compromiso y vinculación tienen con la literatura” porque “el requisito es que no sea sólo un hobby”.
Los de la cuenta de IG que piden que les manden textos para publicar y, cuando les escribís para preguntar cómo es la mano, contestan copiando y pegando una respuesta preparada donde dicen que si no les gusta lo que les mandaste no te van a avisar, que sólo avisan si les gustó. Parece que es mucho laburo escribir una respuesta negativa para copiar y pegar, parece que si uno no está a la altura literaria de ellos no merece ni una palabra.
Los de la editorial que pide que les manden textos para un fanzine, y cuando les escribís para preguntar qué onda, te responden, pero cuando les mandás el texto, ni un acuse de recibo.
El de la editorial que hace una convocatoria y escribe en su Face que los que responden a su convocatoria están desesperados por publicar.
Todxs lxs que militan el Estado presente, pero cobran en negro y no tributan ni un peso sobre lo que les pagamos.
Todxs lxs que aumentan el costo de sus talleres y clínicas por encima del índice de la inflación del Indec (del gobierno que mayoritariamente votaron).

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