domingo, 19 de marzo de 2023

Analogía inflacionaria

Esta historia la escuché o la leí alguna vez, pero no la encontré cuando, últimamente, la rastreé en la web para comprobar si mi recuerdo de ella era el correcto. Así que puede venir con algunas deformaciones, pero tengo certeza de que, en tal caso, son leves y no afectan lo esencial del asunto. I mean, cuando digo algo, y más por acá, es porque sé que no estoy mandando fruta.
Estamos en 1984 o 1985, la segunda generación de bandas punks crece de abajo hacia arriba y casi no hay lugares donde tocar. Entonces, el espíritu inquieto de Patricia Nuro (aka Patricia de Cadáveres, aka Pat Combat Rocker, aka Patricia Pietrafesa) forma una cooperativa con otras bandas (Antihéroes, Todos Tus Muertos, Valió la Pena, Los Corrosivos, Sentimiento Incontrolable…) y tocan en lugares como la Sociedad Lituana de Villa Caraza, la Polonesa de Valentín Alsina o el salón Verdi de La Boca.
En un momento empiezan a caer inspectores de Sadaic a los recitales para cobrar lo que hay que pagar por cada show. Y los músicos se niegan, “somos punks, somos independientes, somos autogestivos, no pagamos un carajo”.
Hasta que el asunto se pone intenso y Patricia termina yendo a Sadaic. No sé si ella pide una entrevista con alguien de ahí, o qué, pero la cosa es que va y habla con un abogado del lugar, y en el medio del ida y vuelta de desacuerdos le pregunta: “Decime, ¿por qué tenemos que pagar?”. El tipo, medio hinchado las pelotas, le responde: “¿Ves todos estos libros que tengo acá atrás? –señalando la biblioteca del lugar–. Bueno, todos esos libros dicen que yo tengo razón y que ustedes tienen que pagar”.
En ese momento o en otro, hubo un clic en la cabeza de Patricia y terminó asociándose a Sadaic.
La historia encaja de algún modo en mi estructura de analogías con la justificación, llena de argumentos vencidos, que muchos pelotudos y otros tantos hijos de puta siguen tratando de hacer de la inflación, en vez de decir claramente que el Estado es el principal responsable y el principal beneficiado de los estrafalarios índice inflacionarios que tenemos desde hace quince años, que ya son una hiperinflación en cámara lenta.
Pero hay una diferencia: los que toman estas medidas económicas y muchos de quienes las justifican no lo hacen con la inocencia de aquellos adolescentes que se formaban culturalmente a partir de retazos aleatorios de información. Lo hacen adrede, sabiendo causas y consecuencias de sus decisiones económicas. Así, hasta repiten la payasada modelo 1950 de mandar militantes con pechera a inspeccionar negocios; no se animan, en cambio, a repetir los niveles represivos de Perón cuando encarcelaba a los almaceneros y alentaba un pogromo contra los comerciantes españoles.
Las almas de cántaro que honesta y estúpidamente creen que la fabricación de billetes no repercute en la inflación, o que se puede vivir en estado de déficit permanente, o que son la tercera posición, o que van a reformular el capitalismo, deberían mirar la biblioteca del señor de Sadaic, corporizada en los resultados económicos de los países vecinos y de otros países que redujeron inflaciones endémicas, a ver si la comparación de lo ocurrido en los últimos 35 o 40 años les permite comprender lo que no vivieron en carne propia (porque si lo vivieron son unos pelotudos seguramente irrecuperables).
Los otros, los Chouza, los que en 2007 decían que “un poco de inflación no hace mal”, los que en la tele declaran que apuestan al peso, los que hablan de precios justos y aumentos injustificados y otras lacras similares se nos ríen en la cara. Son un cáncer, una mierda empobrecedora que nos subestima y nos caga la vida mientras viven de nosotros.
Y, buenistas anuméricos, pelotudos irrecuperables o hijos de puta, me (nos) perjudican.

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