jueves, 2 de septiembre de 2021

Capital sexoafectivo

Mucha gente habla con toda liviandad del capital ajeno, proponiendo reducir el capital económico o financiero de otros, o simplemente quedarse con él, como hacen los delirantes que militan “ni un departamento vacío”. O buscan socavar el capital social o cultural de otras personas, por ejemplo cuando minimizan el valor de escribir sin errores de ortografía, porque la ortografía, ya sabemos, es una herramienta del poder. Todo muy lindo, total, es ajeno. Pero me gustaría saber qué dirían si alguien decidiera sobre algo que, aun en módicas cantidades, todos tenemos: el capital sexoafectivo.
Capaz apoyarían la propuesta de cobrarle un impuesto a Nicolás Cabré por coger tanto y a minas tan lindas (o cobrarles a las minas que cogieron con Cabré), pero seguro nadie querría que, luego de una inversión en dinero y expectativa que se torna fructífera y termina en un telo, en ese momento y lugar aparezca el Estado y te diga: “El 35% del tiempo del pete se lo tenés que dedicar a petear a alguien carenciado sexoafectivamente”.
Ahí, que se jodan los carenciados. Si no consiguen que alguien se interese en ellos, es culpa de sus limitaciones. Es en ese terreno donde las buenistas se convierten súbitamente en meritócratas y quienes hablan de igualdad, de que todos somos iguales, no eligen a cualquiera para coger: eligen al que las coge bien –o al que presumen que puede hacerlo bien–, al que tiene auto, al que les consigue flores o pepa, al alto, tatuado y músico… Para no hablar de lo que todos conocemos, de que los tipos elegirán a la tetona, a la gauchita, etc.
Si les parece joda la intervención estatal, tengan cuidado: académicas y funcionarias como Dora Barrancos postulan desde hace tiempo que el Estado debe garantizar el derecho al goce. Aunque, teniendo en cuenta de quién viene la idea, seguro que habla de su derecho al goce, porque ella también cultiva una hipocresía y un doble estándar que me hace recordar a los de la “fábrica recuperada” (y subsidiada) Impa, que pintaron murales en las fachadas del edificio. Una de las consignas llama a “ocupar, resistir, producir”. A no más de diez metros otra dice: “Los murales son propiedad de la fábrica. No pintar”.

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