viernes, 29 de abril de 2022

El chatarrero chorro de Chiclana

Cuando uno va al depósito a vender cosas por peso, no sabe cuántos kilos de cartón, papel, plomo, etc., lleva. Incluso si pudiera acceder a la balanza de una farmacia, tampoco tendría una certeza inamovible. Alguna vez descubrí que la balanza de la farmacia más cercana a mi casa decía que yo pesaba trescientos gramos más que lo que decía la de la farmacia que está más lejos. Tratando de desempatar, conocí la farmacia que está a diez cuadras, cuya respuesta nunca coincidió con ninguna de las dos anteriores.
Como sea, uno presume que las balanzas de los depósitos están tocadas en contra de los intereses del vendedor, y que, si así no fuera, te dibujan el número con un movimiento rápido de la pesa más chica. Esto último no sucede con las electrónicas, pero, de todos modos, no se puede descartar que algún toque tengan. Incomprobable, pero probable. Lo que sí es seguro es que siempre redondean en contra a la hora de pagarte.
Sin embargo, hay una situación donde sí se puede saber el peso que uno llevó. Cuando vende monedas de curso legal. Con la paciencia gastada por que en cada vez más lugares me rechazaban las monedas de veinticinco y cincuenta centavos cuando quería pagar con ellas, de que casi en ningún lugar me las aceptaran, y habiendo escuchado que se podían vender como metal, me puse en la búsqueda de un lugar donde las compraran. Pero no encontré. Ni en el lugar donde suelo vender papeles viejos, en el cual pregunté, ni en otros, donde covid y vergüenza mediantes, no pregunté, pero miré el cartel con los precios en la vereda.
Finalmente, di con uno en el que pregunté, me dijeron que sí, que compraban las que no se pegan al imán (es decir, toda la línea vieja de monedas, salvo las más modernas de cinco y diez centavos, reconocibles, a falta de imán, por tener el canto liso) y que pagaban seiscientos pesos el kilo. Entonces me puse a ordenarlas para saber cuántos pesos iba a vender. Como soy bastante idiota, omití sacar la cuenta de cuánto peso iba a vender. Así, llevé todas las monedas, en vez de llevar dos kilos justos.
El tipo de la chatarrera interrumpió su aburrimiento, me atendió en la misma vereda, entró al lugar con la bolsa, la apoyó en la balanza, la abrió y miró su contenido. Le dije que había pasado el imán una por una, pero él necesitó ir a buscar su imán y pasarlo someramente por la superficie. Luego hizo el malabarismo de las pesas, nunca me dijo qué indicaba la balanza, y cuando metió la mano en el bolsillo se le escapó un “no me alcanza”. Escucharlo me hizo decirle “tengo cambio”. Pero él ya había tomado la decisión de pagarme sólo dos kilos, porque me respondió “¿tenés ochocientos?”.
Me volví a casa con la duda, que era casi una certeza de que me había cagado. Más bien, la duda era en cuánto me había cagado. Googleé el peso de las monedas, lo multipliqué por las respectivas cantidades que había llevado, y eran dos kilos y cuarto. Me estafó 150 mangos, más del diez por ciento de lo que me pagó. Ojalá los tenga que gastar en la farmacia este hijo de puta estafador de pobres.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Doce años después de publicado el post del enlace, el pibe Miramón de Gimnasia con su patada -que lamentablemente no impactó de lleno en un hueso de Alemán- vino a poner sobre el tapete lo que mencionaba respecto de los "bautismos" a los juveniles que hacen su primera pretemporada.
https://nosoportoalagente.blogspot.com/2011/08/el-futbol-es-para-hombres-cuando-el-ano.html
Tal vez no haya que dejar morir tan mansamente este blog y las iluminaciones que vehiculiza...