viernes, 1 de abril de 2022

El Ponzi de los talleres

Uno da el paso de mostrarle lo que escribe a un Escritor para que diga algo sobre eso, para comprar un número en la rifa de la existencia, no sé para qué, y la respuesta, que puede ser buena, mala, regular, también puede ser diametralmente opuesta a la que te da otra Escritora, a la cual acudís porque siempre es mejor tener dos opiniones. Y como algunas cosas quedaron uno a uno, termina siendo irresistible la tentación de una nueva mirada, que desempate… Así, la tercera Escritora, muy prestigiosa y aún más amable, me dijo al final de nuestro intercambio que ahora mis poemas estaban más maduros, mejor peinados. Me gustó la analogía, pero –esto no se lo dije– uno se peina cuando va a salir. Para estar en mi casa no me peino. Y claramente no me invitó a salir. Ni siquiera me habló de presentarme a una amiga (?).
Entonces, quien solo conoce este recorrido, porque es el que trazó el único profesional que me dijo algo al respecto, queda a merced de que la persona con la que más me gustaría repetir vuelva a hacer clínica de obra, lo cual no sucedió en los últimos dieciocho meses. O del azar de justo ver el aviso de algún Escritor ofreciendo sus servicios, de que ese Escritor responda el mail que uno le manda, de los tiempos ajenos, de las formas de trabajar ajenas, de las expectativas ajenas, de la conexión o no que el Escritor tenga con lo escrito y con quien está detrás de lo escrito, de que me alcance la plata (porque si no tenés plata, no podés existir).
En el camino te podés encontrar con un enfermo Escritor maltratador que, desde atrás de un teclado, compara lo que escribo con basura o con la nada misma. También con gente amable, o con gente que tiene el signo pesos tatuado en los párpados y corta abruptamente el diálogo cuando le decís que no cambiaste de opinión y no vas a pagarle más que las cinco devoluciones que ya le pagaste, las cuales son proporcionalmente más caras ya que hace “descuentos” por bloques de cuatro, como la cuponera de un lavadero de autos. Y con Escritorxs que pretenden cartelizar sus servicios y establecer tarifas mínimas para que nadie cobre demasiado barato. O con Escritoras que discriminan por nombre del DNI, por orientación sexual, por no uso de Whatsapp, etc.
Una vez en el viaje, vas a tener que cambiar lo que escribiste para gustarle a la primera persona profesional a la que le mostrás el texto, y vas a tenés que volver a cambiarlo porque a la segunda persona no le gustan la versión original ni la que consensuaste con la primera. Y si se lo mostrás a una tercera persona, es posible que tengas que revertir esos cambios y/o hacer otros nuevos para gustarle. Y si llegás a donde yo no llegué, a tratar con un Editor, no descartemos que debas hacer más cambios. Si no te encandilan el renombre de esa gente o la supuesta cercanía de la edición, tal vez en un momento te preguntes “¿dónde mierda estoy yo en todo esto, en estas palabras nuevas, que no son mías?”, tal vez en un momento te des cuenta de que no tiene sentido estar corriendo detrás del deseo ajeno.
Con el paso del tiempo vi que todas esas diferencias confluían tácitamente en el mismo punto: lo mío no mueve el amperímetro lo suficiente. Y a veces me quedó la sensación de que no me lo dijeron porque eso les implicaría quedarse sin un ingreso, o porque no quieren dar malas noticias y prefieren que la realidad y el tiempo se encarguen. “Poné la energía en un lugar que te la devuelva más fácil” puede ser un gran consejo. Que nunca recibí.
Así como al comienzo nadie me preguntó cuáles eran mis expectativas al mostrar esos textos, ni nadie me advirtió que hay miles de personas en la misma, y que no hay lugar para todas, al final nadie me dijo qué hacer con ellos, con cuáles se puede hacer algo o si se puede hacer algo que los saque de esa versión del encierro que es el ida y vuelta en un mail.
Uno va al colegio, o a la facultad, por ejemplo, y, luego de pasar criterios de evaluación más o menos estandarizados, sale con un papelito que dice “servís para tal cosa”. Acá no: no sé nada de boca de ellos. Una vez que te drenaron la billetera, ya fue, ya fuiste. Y si nadie dice nada… te están diciendo algo.
Y a veces refluye la sensación de que la respuesta inicial, rectora de este camino, no fue la apropiada, que pecó de optimista. O que yo pequé de optimista al interpretarla.
Todo esto porque encontré que una persona que conozco, que es puanner full full (I mean, se recibió), y tiene más lecturas y teoría y palabras y vida que yo, le respondió a la cartelizadora antes aludida el posteo de Facebook donde convocaba a gente que quisiera publicar en su editorial. En vano.
Y si no la publicás a Laura, mucho menos va a haber lugar para mí.
Y menos aún lo habrá (o más me doy cuenta) al responder a convocatorias donde seleccionan a tres o cuatro o cinco de los cientos, y hasta miles, que participan, escaso número en el que no me imagino cómo podría formar parte.
Todo esto para decir que podría haber salido mejor, podría haber tenido más apoyo, más sugerencias, más referencias, una tapa linda, etc., pero fue la mejor decisión posible hacer esa autoedición que hice y no esperar nada de los Zoe de la literatura.

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