viernes, 29 de abril de 2022

Videleando

Qué despreciable la gente que tiene dificultades para explicitar una falta de reciprocidad en la comunicación y las soluciona bloqueando, silenciando, desapareciendo. No tengo por qué estar al tanto de tus códigos personales, grupales, de clase, tácitos, incluso de experiencia de vida: hay un código de comunicación común, la palabra, y vos lo evadís, y te refugiás en tu entorno, que te hace la segunda ridiculizando a la persona silenciada y justificando su silenciamiento.
En este caso, la gordintensa politizada que encontró en algunos circuitos de las redes sociales un espacio para su exhibicionismo (y no hablo de lo corporal) se queja allí de un tipo con el cual laburó diez años porque hace dos empezó a “tantearla por mensajes”. “Incomodísimo porque cuando no hay algo explícito, cortar los pelos es difícil. Pero fui dejando de contestarle al punto de ni clavarle el visto, borraba sin leer. Y seguía escribiendo. Yo, sin contestar. Me mandó sms! 0 answer”. Al final, se anticipa a la pregunta más probable y se exculpa diciendo: “¿Y por qué no le dije que no me escribiera más? Porque me parecía innecesario al dejar de contestarle”.
Ese procedimiento manipulador de responsabilizar al otro, que quiere comunicarse, porque no hace lo que vos querés –interrumpir la comunicación– es especialmente miserable ya que pretende que lleguemos al lugar que te interesa sin que te tomes ni un puto trabajo, aparte de jugar con el tiempo y la expectativa de la otra persona. ¿Cuándo tiene que darse cuenta de que no le vas a contestar más? ¿A la primera ausencia de respuesta? ¿A la segunda? ¿La tercera ya sería medio lenteja?
En realidad, no importa. Porque ustedes prefieren disfrutar el poder de robar tiempo haciéndole esperar al otro algo que ya decidieron que no va a suceder, o el de ocupar un lugar en la configuración mental de otra persona, y, sobre todo, el de continuar ocupándolo como consecuencia de esa indefinición.
Lo más gracioso en este caso es que en las respuestas a diversas seguidoras nuestra no-amiga revela que sabe la edad, el estado civil y dónde vive el señor. Y cuando alguien se refiere al estado civil de ella, separada en pandemia, según dijo, la silenciadora solo le dice “dm”.
La cantidad de gente que le responde, justificándola, me hace pensar en el tristemente enorme número de soretes que harían lo mismo. Los que tienen problemas de sociabilidad son ellos, pero, como los ladrones que gritan “¡se fue por allá!”, quieren hacer creer que es la otra persona quien tiene esos problemas, y entonces necesitan exponerla. Así las forras (y algún forro que NSLVAC) le comentan cosas como “No entiende porque no quiere entender”, “Se hace el boludo y cree que insistiendo va a lograr algo”, “Es un alto loquito”, “Psycopath alert” (y ella responde “YES”), “Un poco obsesionado el señor, no? Es casado?”, “Psicópata! Le dejé de dar bola y se me apareció con un ramo de 25 rosas rojas de tallo largo! Entendés que salimos 1 sola vez y ni sexo tuvimos!!!!”, “Eso te pasa x besha! (ojota que es vecino tuio) Avisame que le acomodo el comedor. Cualquier cosita, a tu servicio”, “Es un viejo cara de esmegma. No le des bola y si no mando a mis amigos de La Matanza”, “No entiendo qué puede estar pasándole por la cabeza para que te siga mandando mensajes” (y ella responde “es lo mismo que me pregunto”).
El que quiere mandarle a sus amigos matanceros se destaca especial y tenebrosamente porque días después se conoció la noticia de que justo en ese distrito cuatro tipos mataron a otro como consecuencia de que la ex pareja de la víctima les había dicho a sus compañeros de trabajo –a la postre, los asesinos– que el hombre este la hostigaba (googlear Miguel Emilio Michelle).
Y, por supuesto, sobresale el hit, que podría ilustrarse con el meme del hombre araña: “No registran al otro básicamente, es peligroso”. Los que desaparecen a una persona de su vida sin dirigirle ni una palabra dicen que el otro es el que no registra. Okey.
Este intercambio, además, muestra la matriz profunda de su pensamiento: “Decile si vale la pena, a veces el silencio genera obsesión porque el otro se hace una historia, vaya a saber cuál”, y ella responde “es que si me interesara, todavía”.
Si alguien no les “interesa” se sienten habilitados para proceder como replicantes de Videla y tirarlo al río del silencio eterno. Hasta que se ahogue y no los moleste más. Es gente que necesita vivir en un mundo donde sólo les dirija la palabra quienes ellos quieren para decirles lo que ellos quieren escuchar, un mundo donde no existan las disonancias ni las disidencias ni las asimetrías ni las faltas de reciprocidad: todo encaja mágica y perfectamente. Lo que no, recibirá un rayo pulverizador.
Más corta: si no le interesás, sos un psicópata peligroso obsesivo no sé qué, que no merece ni una palabra. Si le interesás, en cambio, vas a terminar garchándote a la gordi.
También es cierto que hay diversos tipos de relaciones que terminan de esta manera, no siempre se trata de alguien a quien se le quedó tildada una imagen ocasional, y la consiguiente combinación neuroquímica que esta le produjo, y cree que puede reproducirla años más tarde. Las relativas cercanías donde me sucedieron cosas así a veces me llevan a preguntarme si tan un monstruo soy, si tan todo eso soy, psicópata que no registra y no sé qué más, si tanto se nota lo que soy y lo que no soy, si doy miedo, si al principio lo disimulo bien y después ya no puedo sostenerlo.
Entonces, hay que recordarse todo el tiempo lo inútiles que son esas preguntas: es caer en la trampa del manipulador que te arroja a un lugar donde no hay respuesta posible. Más aún cuando una de las replicantes de Videla que conocí me decía “no sos espantagente, no sos alguien desesperado, ojalá pudieras verlo sin que yo (nadie, cualquier otrx) te lo tenga que decir”. Bueno, es la misma que después, pero bastante antes de la desaparición, me dijo “Ojalá no te quisiera (…), entonces no me importarías, no me interesaría nada de nada cómo estás o leerte o responderte. Sin embargo ser tan sincera también me vuelve cruel. Entonces es cuando creo que la mentira sería mejor o ignorarte”.
Igual, lo más triste y certero es entender que solo puede darme bola gente así de tóxica, irresponsable afectiva o, más simplemente, enferma de mierda. (Igual, esto no lo puedo decir muy fuerte porque hay otra categoría despreciable de gente, la que me responsabilizaría del asunto diciendo “fijate qué problema tenés que siempre repetís historias y te relacionás con ese tipo de gente”).
A veces pienso en la distancia total que hay entre la alegría que me daría recibir un “¿cómo estás?” y la sensación, a la cual prefiero no adjetivar, que enfrentarán algunas de estas personas a las que he escrito y decidieron no responderme más. Y me deprimo un poco (?). Y otras veces me gustaría encontrar la manera de, en esta vida o más allá, vengarme de todos estos desaparecedores, aunque sea en la forma de desmantelar su trama, o en la de desenmascararlos para que no usen a nadie más.
Igual, no creo que pueda hacerlo.

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